EDITORIAL


La norma sistémica de la mentira.
Un ejemplo de por donde se construyen las complicidades de la IMPUNIDAD en México, salta a la vista, nuevamente, con el asunto de Marcial Maciel fundador de la “Legión de Cristo”, cuyo legionarios, entre otras cosas, afirman en sus privadas universidades: “estar formando a los lideres del mañana”. Válganos Dios. Si los líderes “del mañana” están formados bajo la sombra y el ejemplo de ni más ni menos que de Marcial Maciel. Y es un asunto que no es exclusivo de los mexicanos. En el encubrimiento y la red de protección al fundador pederasta de los “Legionarios de Cristo” está la jerarquía católica vaticana. E insisto que un buen ejemplo de la sociedad que hoy somos está retratado en el asunto Maciel.
No se trata de cuántos sabían o no sabían de la doble o triple vida del sacerdote pederasta. Sino los recursos utilizados por todos los que, una vez sabiendo del asunto, intentaron ocultarlo, ignorarlo, silenciarlo y más aún intentaron justificar la inmoralidad del “líder moral” de la iglesia católica.
La complicidad en el silencio de quienes saben del hecho denunciable por aberrante o carente de comportamiento ético, los convierte en cómplices del delito.
La iglesia católica mexicana, que es muy ducha para satanizar el derecho a la diversidad sexual, enseña a sus fieles a mentir sistemáticamente y herederos, por desgracia, que somos, de su impuesta fe, los mexicanos caminamos ocultando lo que sabemos y pidiendo perdón divino por nuestra “involuntaria” participación en los crímenes.
El dramaturgo Argentino Arístides Vargas, muy mal entendido por estas tierras, por cierto, pone en voz de sus personajes parte de ese imaginario que impregna a todo el continente: - ¿A usted por que lo expulsaron de su país? -No a mi no me expulsaron, a mi me mataron. -¿La policía? –No, mis vecinos. -¿Como así? -(...) Ellos no sabían que eran asesinos (...) Lo supieron el día que me llevaron preso porque no dijeron nada; trataron de olvidar lo que habían visto y yo caí fulminado por el olvido, la desidia y el miedo, en el mismo instante en que ellos cerraron sus ventanas”.
Es en esos silencios, en las complicidades de negar el derecho a la existencia de los otros, o en ocultarnos detrás de la ventanas para no reconocer la existencia del otro, es que se funda la posibilidad siniestra de la IMPUNIDAD. Callamos para no involucrarnos o callamos para ver si recibimos recompensas limosneras. “Mi silencio es tu confort”, cantan, los Jam Gorilas de Yucatán, y razón no les falta. Pero donde la “sociedad” se vuelve intolerante, bajo el discurso de “la tolerancia”, es cuando el otro habla, cuando el otro grita su desacuerdo y pone en duda la “normalidad de la regla” y abre el imaginario de que las cosas pueden y deben ser de otra manera. Y entonces, la “sociedad tolerante”,  incapaz de querer asumir la responsabilidad de ser sujeto histórico activo, busca rápidamente acallar el grito de los otros: de “los trasnochados”, de “los renegados”, de los intolerantes por el hecho de no tolerar la mentira y denunciar, con su grito, la hipocresía de la corrupción, no meramente institucional, sino la hipocresía de una sociedad que dice “construir espacios de diálogo”, siempre desconociendo el derecho de los otros, de los que no están dispuesto a callar y vivir en la norma sistémica de la mentira.  
(RAJ)  

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