El Teatrito: un lugar interior manifestado en el Mundo

El Teatrito es eso, un lugar interno en el que somos libres podemos crear, juzgar y criticar las creaciones de otros; un lugar en el mundo y al mismo tiempo; fuera de este mundo actual.
En los años 60 y 70 que me tocó vivir y disfrutar, El Teatrito hubiese sido fácil de hacer, pues habría tenido aprobación, apoyo generalizado y el estímulo de difundirse enormemente con su estilo íntimo.

Llevarlo adelante en el mundo de hoy es como remar en kayak por los rápidos pero río arriba, contra corriente, como el nombre de uno de sus festivales internacionales organizados cada año.

Un lugar donde los actores, directores y los que trabajan en una obra no lo hacen por el “crédito” de figurar más destacados en la lista de “créditos” sino por hacer lo que aman estando en un reparto que tiene el mérito de trabajar sólo por eso, por ese anhelo que nos mueve y nos hace amar nuestras creaciones como si fueran nuestros hijos, sin importar lo que ganan o pierden a nivel económico, pues el dinero, el prestigio y el poder quedan allá fuera, pasando esa esquina…

Conocí a Ricardo y Amanda, sus fundadores en el 2002 a poco de haber comenzado con su 1ra obra en Mérida. Casi de inmediato sentí que pertenecían a ese antiguo mundo perdido que ellos no conocieron pues son muy jóvenes. La tozudez y testarudez de Ricardo es intensa y hace difícil un intercambio de opiniones y juicios si se oponen a los suyos, pero se transmuta en tenacidad para salvar y vencer obstáculos enormes como los que aparecen al querer hacer un festival internacional de Teatro que, a lo largo de los años, fue uniendo no sólo a Latinoamérica sino también a creadores de España, Portugal y hasta Francia.

Con medios mínimos convocaron gente que, como ellos no se mueven por los valores actuales sino los universales y tejieron una tela indestructible de arte sostenido por su sentido sagrado de la amistad y su negación a buscar diferencias de carácter, temperamento, cultura y talento, para rescatar el sentimiento que se sobrepone a todo eso; el sentimiento de pertenecer a la humanidad.

En mi caso personal, siempre me sentí pleno durante y después de una obra o una película, no feliz sino pleno, que es un concepto que yo valoro mucho más que el ambiguo “feliz”; a veces sentí esa profunda nostalgia como la que da encontrar casualmente esos recuerdos de familia que sobrevivieron generaciones sin dañarse o deteriorarse y nos hacen sentir toda la carga de las vivencias y esfuerzos de esas generaciones; a veces sentí la ira y desazón ante los hechos oprobiosos que nos denigran como seres humanos, denunciados en sus obras o películas; y también sobre todo en los FITI: experimenté la franca alegría de compartir las creaciones de personas diferentes en muchos aspectos que recorrían largas distancias para mostrarnos sus profundas e importantes semejanzas.

Pero siempre, inevitablemente me sentí pleno, y por eso le estoy agradecido.

Jorge Alvarez Zunino

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