EJERCICIO DE CONTRA HISTORIA Y REBELDÍA DEL C.I.E. EL TEATRITO
Cuando la felicidad así lo requiera
México doscientos años de memorias insurgentes
De: Ricardo Andrade Jardí
Centro Cultural Lynch Avellaneda Buenos Aires, Argentina 20 de noviembre 2008 |
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Ejercicio dramático de contra historia del Laboratorio Teatral del C.I.E. El Teatrito basado en la biografía, el pensamiento y “El epistolario político e intimo” de Fray Servando Teresa de Mier y Ricardo Flores Magón con algunas apropiaciones libres de textos de “El mundo alucínate” de Reinaldo Arenas, “El General en su laberinto” de Gabriel García Márquez, “El cura Hidalgo y sus amigos” de Paco Ignacio Taibo II
Cuando la felicidad así lo requiera
Doscientos años de memorias insurgentes
“En estos tiempos en que las campanadas ya no convocan a nadie”
Diálogo estático de contra historia y rebeldía
Uno
Son prisioneros en cárceles sin muros, son el dolor de los olvidos, de la desmemoria colectiva, son los espectros de una locura millonaria de apatías.
Servando: Tantas veces escape que ya no se si esto es una prisión o una libertad incomprensible
Ricardo: Tal vez es sólo el olvido, el doloroso olvido de un tiempo sin tiempo en el que nos perdimos para siempre, o tal vez es que siempre estuvimos perdidos en un tiempo sin tiempo
Servando: ¡Una trampa! En la que otro yo ha caído inevitablemente y no acierto a despertar de ese yo aprisionado en una independencia que parece nebulosa.
Ricardo: Son voces que matan, voces del olvido que no emiten sonido, que no hablan para no implicarse, que prefieren olvidar que avanzar hacia lo desconocido que no es otra cosa que la posibilidad de albedrío, donde la dominación lo ha sido todo.
Servando: Es como nombrarnos sin reconocernos en el otro
Ricardo: Como nombrarnos en los otros sin buscarnos en nosotros mismos
Servando: Es el otro que no nos reconoce en él
Ricardo: ¿Hay alguien ahí?
Servando: ¿Acaso no estoy solo?
Ricardo: ¡Acaso no estoy solo!
Servando: ¡Hay alguien ahí!
Ricardo: Voces de presidio, voces de olvido, de locura, errores del pensamiento que traicionan mi conciencia, voces que no existen pero duelen como si existieran, voces de la angustia de equivocarnos una y otra vez, sabiendo que teníamos razón en nuestra lucha, voces que no reconozco pero que me son tan familiares…
Servando: Y sin embargo pudieran ser sonidos, llamados de auxilio, llamados de otros yo que con angustia intentan allanar el rumbo que hemos tomado… o sonidos divinos que…
Ricardo: Nada, absolutamente nada, es la mente de este encierro que juega con nosotros, es la conciencia que nos pone a prueba, nada más y sólo eso
Servando: Y sólo eso, la mente que con nosotros juega. La prisión de una libertad que nos agota, de una responsabilidad para la que tal vez no estuvimos nunca listos…
Ricardo: ¡Es el objetivo! Derrotarnos ahí donde su violencia física no puede tocarnos, agotarnos de tantos limites que le pusieron a esta nebulosa libertad que nos encierra, doblegar la mente aunque sea por el cansancio, por la confusión de los olvidos…
Servando: ¿Quiénes nos olvidan?
Ricardo: ¿Ellos? O…
Servando: ¿Nosotros?
Ricardo: ¿Quienes nos olvidan? ¿Quienes somos? ¿Quienes fuimos? ¿Ellos o nosotros? ¿En que fallamos?
Servando: ¿Fallamos? ¿Fracasamos? ¿Qué paso?
Ricardo: Es una angustia, un dolor que revienta la cabeza, una locura que se apodera de la mente, que traiciona el pensamiento, que pretende hacernos ver como lo que nunca fuimos.
Servando: O tal vez no quisimos serlo aunque lo fuéramos…
Ricardo: ¿Quién eres? ¿Quién soy? ¿Por qué me confundes de esta forma?
Servando: Tal vez una confusión, el agotamiento de un espíritu que exige descanso
Ricardo: O el grito de un agotado cuerpo que pide por descanso, de una mente que alucina sin razones, enfermizas mentiras del olvido.
Servando: Un caminar sin llegar nunca al otro lado, una caída tras otra sin podernos levantar, son sombras que nublan la cabeza, que la llenan de demonios, de pesadillas imposibles de distinguir entre la realidad o un castigo divino… es el saber que seremos olvidados…
Ricardo: ¿Olvidados? No importan los hombres o los nombres, no importan, es la voz, el valor de una idea la que debe recordarse, ponerse en práctica, verificarse, mejorarse, evolucionar, cambiar…
Servando: Es la idea lo que se olvida… ¡Es Dios quien nos olvida!
Ricardo: Peor aún, es el hombre con toda su grandeza el que nos ha olvidado.
Servando: Es una prisión que pide fuga
Ricardo: Es al fin la fuga hacia ninguna parte
Servando: El dolor de una soledad insoportable
Ricardo: Es la insoportabilidad de saber que nos quedamos solos
Servando: Es esta prisión sin muros que nos mata
Ricardo: Es la muerte que provoca la reclusión sin cárcel
Servando: Que hacer con tanta libertad que intentamos compartir sin tener respuesta
Ricardo: Es el miedo… del que nunca sospechamos enemigo.
Dos
Son pasos que caminan angustiosamente en los desiertos de la indiferencia…
Servando: “Como el gobierno no se instituye para honra o interés particular de ninguna familia, de ningún hombre ni clase de hombres, sino para la protección y seguridad general de todos los ciudadanos, unidos voluntariamente en sociedad, estos tienen el derecho incontestable a establecer el gobierno que más les convenga, alterarlo, modificarlo y abolirlo, cuando su felicidad lo requiera”
Ricardo: Millones de seres humanos dirigen en estos momentos al cielo su triste mirada, con la esperanza de encontrar más allá de las estrellas que alcanzan a ver, ese algo que es el todo porque constituye el fin, forma el objeto del doloroso esfuerzo, del penoso batallar de la especie hombre desde que sus pasos vacilantes la pusieron un palmo adelante de las especies irracionales: ese algo es la felicidad.
Servando: Sólo en la absoluta ignorancia de los pueblos, y en una opresión tan feroz como poderosa cabe el mantener atado a un rincón miserable de la Europa, distante dos mil leguas de océano, un mundo sembrado de oro y plata con las demás producciones del universo. En la ilustración y liberalidad del día, España misma ha desesperado de conservar las Américas. Las considera ya como perdidas y ha abandonado el timón a sus mandarines subalternos, que andad como pueden haciéndonos por acá una guerra de intriga. Y la América del Sur está libre casi toda.
Ricardo: ¡La felicidad! La felicidad no es de este mundo, dicen las religiones: la felicidad está en el cielo, está más allá de la tumba. Y el rebaño humano levanta la vista, e ignorante de la ciencia del cielo, piensa que este está muy lejos cuando sus pies se apoyan precisamente en este astro, que con sus hermanos constituye la gloria y la grandeza del Firmamento.
Servando: ¿Por qué no lo está la del Norte? Por la ignorancia, inexperiencia y ambición de los que se han puesto a la cabeza del movimiento. Ellos no han conocido, que para salvar un Estado es absolutamente necesario establecer un centro de poder supremo; que este poder ha de ser un cuerpo civil para que represente a la Nación; y que es menester, al cabo, que este poder contrate alianzas y auxilios con otras potencias que reconozcan su independencia. Sin estas tres cosas la libertad no se consigue, se sella la servidumbre, se desuela la patria.
Ricardo: La Tierra forma parte del cielo; la humanidad, por lo mismo, está en el cielo. No hay que levantar la vista con la esperanza de encontrar la felicidad detrás de esos astros que embellecen nuestras noches: la felicidad está aquí, en el astro Tierra, y no se conquista con rezos, no se consigue con oraciones, ni ruegos, ni humillaciones ni llantos: hay que disputarla de pie y por la fuerza, porque los dioses de la Tierra no son como los de las religiones: blandos a la oración y al ruego; los dioses de la Tierra tienen soldados, tienen polizontes, tienen jueces, tienen verdugos, tienen presidios, tienen horcas, tienen leyes, todo lo cual constituye lo que se llama instituciones, montañas escarpadas que impiden a la humanidad alargar el brazo y apoderarse de la Tierra, hacerla suya, someterla a su servicio, con lo que se haría de la felicidad el patrimonio de todos y no el privilegio exclusivo de los pocos que hoy la detentan.
Servando: Porque es el derecho a la felicidad lo que le heredaremos a las generaciones futuras de las Américas libres y soberanas, por que la felicidad es la tarea que Dios nos ha dado para con los hombres de este continente que se niegan a seguir siendo esclavos.
Tres
Los fantasmas colectivos de la desmemoria, los ruidos de una conciencia que nos hemos negado a escuchar, son el recuerdo y la razón de lo que podemos ser, por eso son: los siempre olvidados…
Voz: (Servando) “Tenía treinta y dos años y solo había sido un engranaje menor en la conspiración. Pequeño comerciante de Querétaro, Epigmenio González era propietario de un taller ubicado en su casa de la calle de San Francisco. Junto con su hermano, que se llamaba (claro está) Emeterio, fabricaba las astas para lanzas, y ayudado por unos coheteros ya había manufacturado unos dos mil cartuchos.
Cuando la conspiración fue denunciada, su nombre fue uno de los primeros en salir a la luz y el día 15 de septiembre, antes de ser detenido y llevado a jalones y empujones a la cárcel, Epigmenio tuvo tiempo de enviar un mensajero a los conspiradores de Guanajuato.
Mientras los participantes en la conspiración detenidos cayeron en un lamentable rosario de entregas, debilidades, vacilaciones y peticiones de perdón y clemencia. Epigmenio fue uno de los pocos que conservó la dignidad y no denuncio a nadie.
Detenido en la Ciudad de México, mientras esperaba proceso, participó en la conspiración de Ferrer. Nuevamente descubierto fue condenado a cadena perpetua y enviado al fuerte de san Diego en Acapulco, donde enfermó y quedó baldado. Más tarde fue deportado a Manila, donde siguió en régimen carcelario con una condena de por vida.
Desde lejos, siempre desde lejos, asistió como espectador importante a los alzamientos y fracasos del largo rosario de combates de guerra civil. Cuando en 1821 la defección de Iturbide y su alianza con Guerrero consumaron militarmente la independencia, Epigmenio seguía en prisión. Los españoles no reconocieron la nueva república y mantuvieron en cárcel y reclusión a los presos políticos a los que no admitían en su nueva calidad de mexicanos.
No sería sino hasta 1836, cuando se firmó la pospuesta paz, que Epigmenio fue liberado.
Había pasado veintisiete años en las prisiones imperiales. La liberación resulto tan terrible como la cárcel. Sin dinero, enfermo, sin poderse pagar el viaje para retornar a México, por fin consiguió de las autoridades locales pasaje para España y allí, tras mucho peregrinar, un comerciante se compadeció de sus desventuras y le prestó los dineros.
Se podían contar ya veintiocho años fuera de su país. Cuando al fin llegó a Querétaro, de sus viejas amistades, de los conspiradores originales, no quedaba nadie, ni siquiera su parentela le había sobrevivido, con la excepción de una anciana tía.
Se acercó al nuevo gobierno y le preguntaron:
Voz oficial: “¿Y usted quién es?”
Epigmenio: (muy orgulloso) “Yo soy uno de los padres de la patria, el primer armero de la revolución”.
Voz oficial: “No cómo va ser, la lista oficial es: Hidalgo, Allende, Aldama, Morelos… Para ser padre de la patria hay que morir de manera gloriosa y estar en la lista oficial. Usted no esta en la lista…”
Voz: (Servando) Terminó su vida como velador de un museo, olvidado de todos, abandonado hasta de sus recuerdos.
Coro: Por eso cada vez que repasemos la lista oficial: Hidalgo, Guerrero, Morelos, Mina, Servando, Josefa… tendríamos que añadir Epigmenio y con el a tantos otros olvidados que nos dieron patria y que la lista oficial ha tenido a mal olvidar”.
Cuatro
Son fantasmas que han extraviado el rumbo de su limbo porque los imaginarios colectivos sólo atinan a olvidarlos.
Ricardo: La Tierra es de todos. Cuando hace millones de millones de años no se desprendía aún la Tierra del grumo caótico que andando el tiempo había de dotar al firmamento de nuevos soles, y después, por el sucesivo enfriamiento de ellos, de planetas más o menos bien acondicionados para la vida orgánica, este planeta no tenía dueño. Tampoco tenía dueño la Tierra cuando la humanidad hacia de cada viejo tronco del bosque o de cada caverna de la montaña una vivienda y un refugio contra la intemperie y contra las fieras. Tampoco tenía dueño la Tierra cuando más adelantada la humanidad en la dolorosa vía de su progreso llegó al periodo pastoril: donde había pastos, allí se estacionaba la tribu que poseía en común los ganados.
Servando: Hombres y mujeres que se niegan a tener dueño, como si se tratara de propiedades o mulas, es fundamental para la causa liberal que nos impulsa dejar claro que nadie, absolutamente nadie puede ser dueño de otro y por lo mismo ninguna forma de gobierno puede estar arriba de este divino derecho que hoy conquistamos, que no es otro más que: el derecho a la felicidad, el derecho que ningún hombre sea esclavo de otro hombre…
Ricardo: El primer dueño apareció con el primer hombre que tuvo esclavos para labrar los campos, y para hacerse dueño de esos esclavos y de esos campos necesitó hacer uso de las armas y llevar la guerra a una tribu enemiga. Fue, pues, la violencia el origen de la propiedad territorial, y por la violencia se ha sostenido desde entonces hasta nuestros días.
Servando: Así secundo la propuesta para que en el capitulo relacionado con la forma de organización del estado quede de la siguiente manera:
Ricardo: Las invasiones, las guerras de conquista, las revoluciones políticas, las guerras para dominar mercados, los despojos llevados a cabo por los gobernantes o sus protegidos son los títulos de la propiedad territorial, títulos sellados con la sangre y con la esclavitud de la humanidad; y este monstruoso origen de un derecho absurdo, porque se basa en el crimen, no es un obstáculo para que la ley llame sagrado ese derecho, como que son los detentadores mismos de la Tierra los que han escrito la ley.
Servando: “Como el gobierno no se instituye para honra o interés particular de ninguna familia, de ningún hombre ni clase de hombres, sino para la protección y seguridad general de todos los ciudadanos, unidos voluntariamente en sociedad, estos tienen el derecho incontestable a establecer el gobierno que más les convenga, alterarlo, modificarlo y abolirlo, cuando su felicidad lo requiera”
Un año en temporada | 20 de noviembre 2009 El Nuevo Teatrito, Mérida, Yucatán |
Cinco
¿Quién nos sigue? ¿Quienes nos olvidan? ¿A quienes olvidamos? ¿Quienes somos? ¿Para quién somos? Fantasmas de un todo que nos es ajeno porque hemos escogido la ceguera…
Soldado: ¿A dónde vas?
Trabajador: A la fábrica… ¿y usted a dónde va?
Soldado: Al cuartel; el pueblo de Oaxaca se ha sublevado y hemos recibido órdenes de ir a sofocar la rebelión a sangre y fuego.
Trabajador: Pudieras decirme, ¿por qué se ha sublevado esa gente?
Soldado: Ciertamente que sí puedo decírtelo: esa gente de la noche a la mañana se negó a pagar los alquileres de las casas, los arrendamientos de las tierras, las contribuciones al Gobierno, y cuando la autoridad se presentó para echar de las casas a los inquilinos y expulsar de la tierra a los arrendatarios, al mismo tiempo que hacer efectivo el pago de las contribuciones al Gobierno, los habitantes se resistieron, apuñalaron al juez, al notario, a los escribientes, a los gendarmes, al presidente municipal y a todos los cagatintas; quemaron los archivos y enarbolaron, en el edificio más alto, una bandera roja con una inscripción en letras blancas que dice: “Tierra y Libertad”.
Trabajador: ¿Y vas abatirlos?
Soldado: Claro que sí. Esos habitantes están atentando contra el derecho de propiedad individual y el deber del Gobierno es cuidar del orden los intereses del sistema.
Trabajador: Pero tú eres pueblo, ¿qué interés tienes de matar a esa gente?
Soldado: Tengo que hacer respetar la ley.
Trabajador: ¿La ley? ¡La ley sostenedora del privilegio! ¡La ley que es carga pesada para los de abajo, garantía de libertad y bienestar para los de arriba! Tú eres pobre, y sin embargo sostienes la ley que aplasta a los de tu clase. Tus padres, tus hermanos, tus parientes son pobres que sufren lo mismo que tú, y tus padres y tus parientes, ¡y tal vez alguno de los de tu familia figure entre los rebeldes!
Soldado: La ley debe estar sobre todas las cosas ¡Si mi padre la infringe, a mi padre mataré, porque así me lo ordena la ley!
Se escucha la rabia de un disparo, la sombra de un espanto ha caído en el olvido.
Coro: Y en el camino un trabajador cae abatido por el mismo y certero fusil, que al entrar en el rebelde pueblo de Oaxaca asesina a un feliz anciano, que por primera vez siembra para si y para todos la tierra que ha trabajado siempre para el patrón ocioso; ese anciano asesinado no es otro que el padre del soldado que ha disparado su arma para en nombre de la ley, el orden, la propiedad, el Estado y la impunidad; convertirse en parricida y asesino de los otros, los suyos, él.
Seis
Nos heredaron el tiempo junto con la dignidad y no supimos... o no quisimos entenderlos.
Ricardo: La propiedad territorial se basa en el crimen, y, por lo mismo, es una institución inmoral. Esta institución es la fuente de todos los males que afligen al ser humano. Para protegerla se hacen necesarios un enjambre de empleados y de zánganos, siendo todos ellos mantenidos precisamente por los que no tienen un terrón para reclinar la cabeza, por los que vinieron a la vida cuando la Tierra estaba ya repartida entre unos cuantos bandidos que se la apropiaron por la fuerza o entre los descendientes de esos bandidos, que han venido poseyéndola, por el llamado derecho de herencia.
Servando: …Poniendo en peligro la libertad de todos y la independencia tan anhelada y dolorosamente conquistada, y que con este documento les otorgaremos a quienes nacerán en una nación soberana e independiente. Así garantizaremos que las nuevas generaciones de las Americas libres, resguarden su derecho a la felicidad
Ricardo: La Tierra es el elemento principal del cual se extrae o se hace producir todo lo que es necesario para la vida. De ella se extraen los metales útiles, cultivándola produce toda clase de frutos alimenticios y de lujo. Sus praderas proporcionan alimento al ganado, mientras sus bosques brindan su madera y las fuentes sus líneas generadoras de vida y de belleza. Y todo esto pertenece a unos cuantos, hace felices a unos cuantos, da poder a unos cuantos, cuando la Naturaleza lo hizo para todos.
Servando: Esta Patria rica de recursos que será rápidamente acosada por quienes han abandonado el camino de Dios y hoy codician, para ellos mismos, los bienes que la naturaleza divina nos ofrece a todos.
Ricardo: De esta tremenda injusticia nacen todos los males que afligen a la especie humana al producir la miseria. La miseria envilece, la miseria prostituye, la miseria empuja al crimen, la miseria bestializa el rostro, el cuerpo y la inteligencia.
Servando: Dependerá de nosotros dar los instrumentos que le permitan a los futuros pobladores de este territorio libre, defenderse contra la tentación de la injusticia, siempre latente por el favor divino de ser una nación con recursos excesivos que otros han codiciado desde que Colón piso por primera vez las Americas, que rápidamente fueron sumergidas en la injusticia de la esclavitud…
Ricardo: Degradadas, y, lo que es peor, sin consciencia de su vergüenza, pasan las generaciones en medio de la abundancia y de la riqueza sin probar la felicidad acaparada por unos pocos. Al pertenecer la Tierra a unos cuantos, los que no la poseen tienen que alquilarse a los que la poseen para siquiera tener en pie la piel y la osamenta. La humillación del salario o el hambre: éste es el dilema con que la propiedad territorial recibe a cada nuevo ser que viene a la vida; dilema de hierro que empuja a la humanidad a ponerse ella misma las cadenas de la esclavitud, si no quiere perecer de hambre o entregarse al, crimen o a la prostitución.
Servando: Por eso debe ser un derecho soberano del pueblo poder cambiar de gobierno siempre que esté mal conducido por hombres ambiciosos y ponga en riesgo la libertad, la independencia y el divino derecho a la felicidad del que fuimos privados trescientos años y por el que tantos hombres y mujeres dieron la vida
Ricardo: Preguntad ahora por qué oprime el Gobierno, por qué roba o mata el hombre. Miles de infortunados pagan con la tortura de su cuerpo y la angustia de su espíritu las consecuencias de ese crimen elevado por la ley a la categoría de derecho sagrado: la propiedad territorial. Y los carenciados levantan los ojos al cielo con la esperanza de encontrar más allá de las estrellas que alcanzan a ver, la felicidad que aquí les roban los dueños de la Tierra.
Siete
Son fugas que no termina, son cárceles que nos recuerdan quienes somos, quienes no queremos dejar de ser, son los muros de la indiferencia de los muchos frente a la promesa de la libertad
Ricardo: Pero las revoluciones no se hacen en las cárceles…
Servando: Pero las revoluciones no se hacen en las cárceles, si bien es cierto que generalmente allí es donde se engendran. Se necesita tanta acumulación de odio, tantos golpes de cimitarra y redobles de bofetadas, para al fin iniciar ese interminable y ascendente proceso de derrumbe. Por eso empecé de nuevo a tramar la fuga (ay, siempre la fuga) de aquella tan mal ventilada prisión llamada la del olvido, que bien le venía el nombre, pues mientras allí permanecí anduve siempre sobre los esqueletos de los que en un tiempo fueron prisioneros. Y sobre ellos dormía, y sobre ellos me apoyaba para escribir mis memorias, de modo que me llegaron a ser muy familiares, aunque nunca pude calcular con exactitud su número… Así pues, armado de uno de los puntiagudos huesos de aquellos extintos prisioneros de la inquisición, empecé a cavar, con mucho silencio y constancia; y al fin vi la luz. Terminé el hueco y salí, dejando pedazos de mi hábito y de mi cuerpo entre las piedras. Y me refugié dentro de una gran presa, propiedad de dos ancianas beatas que, atolondradas, corrieron a prestarme ayuda. ¡Y que ayuda me prestaron aquellas mujeres completamente locas! cuando les dije que andaba huyendo y que buscaba protección, corrieron, al primer cuartel realista. Y me vi entregado por mis protectoras. Y otra vez anduve entre mis familiares esqueletos. Y empecé a planear nuevas fugas… En este trance me encontraba cuando desde la corte, se recibieron órdenes de que fuera trasladado a la antigua cárcel de la inquisición, llamada ahora El patio de los naranjos, aunque en todos sus alrededores no fructiferaza ni la más mínima yerba. Y otra vez empecé a planear la fuga… Pero no fue necesaria, pues una mañana, al estar cavando con los dientes parte del techo, sentí una gran algaraza de tambores y gritos de ¡Viva la República!, y caía desde el techo, al cual estaba sujeto con las uñas, que tanto me habían crecido. Y pude oír mejor los gritos: era el ejército independentista que, encabezado por los rebuznos de santa Anna, venía a sacarme de la prisión, pues el imperio del falaz Iturbide había sido derrocado. Y mi celda fue abierta de par en par. Y la multitud, en hombros, me sacó a la calle, aclamándome. Ahora sí que no cabía duda: México había sido liberado.
Ocho
Es la razón de todo sueño, es la conquista de lo inalcanzable, es cerrar los ojos, tapar los oídos, acallar el grito, cuando descubrimos en el otro la dignidad a la que hemos renunciado por un puñado de limosnas…
Censor: ¿Pero dentro de la ley no cree usted que es posible el cambio, la renovación que buscan?
Ricardo: El verdadero revolucionario es ilegal por excelencia. El hombre que ajusta sus actos a la Ley podrá ser, a lo sumo, un buen animal domestico; pero no un revolucionario. La ley conserva, la Revolución renueva. Pretender que la Revolución sea hecha dentro de la Ley, es un contrasentido. Los pueblos que impulsen tal mentira, están condenados al fraude eterno, a la miseria constante, al fortalecimiento del rico frente a la reproducción de la pobreza, a la esclavitud que la Ley promueve. La Ley es un freno y la libertad no se conquista con frenos.
Censor: ¡Es usted un peligro que contamina y estremece la vida pacifica!, ¡es un cretino agitador! Todos ustedes deberían estar tras la sombra… ¡Ilusos, utopistas!
Ricardo: Esto es lo menos que se nos dice, y este ha sido el grito de los conservadores de todos los tiempos contra los que tratan de poner el pie fuera del cerco que aprisiona al ganado humano.
Censor: ¡Ilusos, utopistas!
Ricardo: Nos gritan, y cuando saben que en nuestras reivindicaciones se cuenta la toma de posesión de la tierra para entregársela al pueblo, los gritos son más agudos y los insultos más fuertes:
Censor: ¡ladrones, asesinos, necios, pobres, renegados, terroristas, acarreados, baches de reforma, vagos, desestabilizadores, malvados, traidores!
Ricardo: Nos dicen. Y sin embargo, es a los ilusos y a los utopistas de todos los tiempos a quienes debe su progreso la humanidad. Lo que se llama civilización, ¿qué es si no el resultado de los esfuerzos de los utopistas? Los soñadores, los poetas, los ilusos, los utopistas tan despreciados de las personas serias, tan perseguidos por el paternalismo, de los Gobiernos: ahorcados aquí, fusilados allá; quemados, atormentados, aprisionados, descuartizados en todas las épocas y en todos los países, han sido, no obstante, los propulsores de todo movimiento de avance, los videntes que han señalado a las masas ciegas, derroteros luminosos que conducen a cimas gloriosas. Habría que renunciar a todo progreso; sería mejor renunciar a toda esperanza de justicia y de grandeza en la humanidad si siquiera en el espacio de un siglo dejase de contar la familia humana entre sus miembros con algunos ilusos, utopistas y soñadores. ¡Utopía, ilusión, sueños... ! ¡Cuánta poesía, cuánto progreso, cuánta belleza y, sin embargo, cuánto se os desprecia! En medio de la trivialidad ambiente, el utopista sueña con una humanidad más justa, sana, más bella, más sabia, más feliz, y mientras exterioriza sus sueños, la envidia palidece, el puñal busca su espalda; el esbirro espía, el carcelero coge las llaves y el tirano firma la sentencia de muerte. De ese modo la humanidad ha mutilado, en todos los tiempos, sus mejores miembros. ¡Adelante! El insulto, el presidio y la amenaza de muerte no pueden impedir que el utopista sueñe...
Censor: Que los maten, que los desaparezcan, que los encierren, que los encierren para siempre…
Nueve
Pero no conformes con la omisión decidimos abandonarlos en el vacío ruin de nuestra confortante amnesia.
Servando: Porque no debemos cerrar los ojos a las tentaciones que surgirán en los próximos años, para adueñarse nuevamente de estas tierras y con ellas de la libertad que tanto nos ha costado conquistar. (Es sabido por la experiencia humana) que la tentación por el poder está siempre asechando a los débiles de espíritu, pues la vida en pecado parece más simple y es siempre atractiva, someter a otros es una constante maligna de la condición humana, por lo que obligación de quienes hemos conocido el costo de la libertad, dar constancia de ese elevado costo, para que quienes nazcan ya en ese mundo futuro de justicia.
Ricardo: Y el rebaño humano, inconsciente de su derecho a la vida, torna a encorvar las espaldas trabajando para otros esta tierra con que la Naturaleza lo obsequió, perpetuando con su sumisión el imperio de la injusticia.
Servando: Robándoles no sólo la voluntad de libertad sino el derecho a la felicidad
Ricardo: Pero de la masa esclava y enlodada surgen los rebeldes; de un mar de espaldas emergen las cabezas de los primeros revolucionarios. El rebaño tiembla presintiendo el castigo; la tiranía tiembla presintiendo el ataque, y, rompiendo el silencio, un grito, que parece un trueno, rueda sobre las espaldas y llega hasta los tronos: ¡Tierra!
Servando: Hasta que otros hombres tocados por Dios vuelvan a conducir a los esclavos por el camino de la libertad y comencemos de nuevo el duro andar que nos lleve de vuelta al punto donde hoy nos encontramos
Ricardo:¡Tierra!, gritaron los Gracos; ¡Tierra!, gritaron los anabaptistas de Munzer; ¡Tierra!, gritó Babeuf; ¡Tierra!, gritó Bakounine; ¡Tierra!, gritó Ferrer; ¡Tierra!, grita la Revolución mexicana, y este grito ahogado cien veces en sangre en el curso de las edades; este grito que corresponde a una idea guardada con cariño a través de los tiempos por todos los rebeldes del planeta; este grito sagrado transportará al cielo con que sueñan los místicos a este valle de lágrimas cuando el ganado humano deje de lanzar su triste mirada al infinito y la fije aquí, en este astro que se avergüenza de arrastrar la lepra de la miseria humana entre el esplendor y la grandeza de sus hermanos del cielo.
Servando: El grito heroico de la libertad es el derecho esencial que debe estar plasmado en el documento al que hoy le damos forma
Ricardo: Taciturnos esclavos de la gleba, resignados peones del campo, dejad el arado.
Servando: Libertad como mandato divino
Ricardo: Los clarines de Acayucan y Jiménez, de Palomas y las Vacas, de Viesca y Valladolid, os convocan a la guerra para que toméis posesión de esa Tierra, a la que dais vuestro sudor
Servando: Libertad como condición de la América independiente; que hoy se suma a la libertad del sur, para hacer de la América una tierra donde la felicidad lo sea todo, demos a los hombres libres de un nuevo continente… Un documento que no les permita poner nunca más en duda el derecho a la felicidad…
Ricardo: Que, por el solo hecho de vivir, tienen derecho a aprovechar en común, por medio del trabajo, toda la riqueza que la Tierra es capaz de producir… Esclavos, empuñad el winchester. Trabajad la Tierra cuando hayáis tomado posesión de ella.
Servando: Lo que sólo es posible cuando se vive en libertad y justicia,
Ricardo: Trabajar en estos momentos la Tierra es remacharse la cadena, porque se produce más riqueza para los amos y la riqueza es poder, la riqueza es fuerza, fuerza física y fuerza moral, y los fuertes os tendrán siempre sujetos.
Servando: Otorguemos a las futuras generaciones que nacerán en una América nueva una constitución
Ricardo: Sed fuertes vosotros, sed fuertes todos y ricos haciéndoos dueños de la Tierra;
Servando: Que plasme el derecho a la rebelión…
Ricardo: Pero para eso necesitáis el fusil
Servando: Siempre que la felicidad del pueblo así lo requiera
Ricardo: Compradlo
Servando: Pedidlo prestado en último caso
Ricardo: Y lanzaos a la lucha
Coro: Gritando con todas vuestras fuerzas: ¡Tierra y Libertad!
Gira 2010 Centro Social Libertario Ricardo Flores Magón | 18 de septiembre en el marco de la conmemoración popular por el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución. |
Diez
Descubrir de pronto el tamaño inmenso del olvido
Voz: “El fraile, llevado en hombros, iba investigando qué clase de gobierno habían elegido para la República, y quién era el presidente… Y si ya habían ahorcado a “la bestia de Iturbide”. De todas esas cosas pedía urgente información el fraile. Y en ancas fue transportado hasta las bóvedas de san Pedro y san Pablo, donde iba a dirigirle de nuevo la palabra a toda la muchedumbre. Y hubo un gran silencio. Y empezó el fraile su discurso”.
Servando: “Está muy bien que Félix Fernández sea el presidente de la república, ya que no hay otro que sepa leer de corrido entre los que de verdad lucharon por la independencia. Ah, pero que esta República sea del tipo federal y no del centralizado ligero, es algo que nunca había sospechado”…
Voz: “Y empezó, fraile, tú nueva batalla, en tiempos de la libertad y con esa voz afiebrada que sobresalta y obliga al silencio y atención continuaste tu discurso…”
Servando: “Desde aquí anulo y tacho todos los actos del imperio, El Tratado de Córdoba y el Plan de Iguala y el Gobierno de Monarquía, pero también veto este sistema de gobierno federal, a cambio de un gobierno republicano central o al menos federalista templado”…
Voz: “Y se oyó un murmullo en la muchedumbre. Y el presidente Victoria se rascó una oreja, pero tú fraile, diste dos fuertes patadas en el piso, derrumbando tres vírgenes de yeso que se hicieron añicos sobre la inquieta muchedumbre. Y reino el silencio.”
Servando: “Yo siempre he estado por la federación… “
Voz: Y todos te miramos sorprendidos, sin atinar a entender lo que querías decirnos.
Servando: “pero una federación razonable y moderada, una federación conveniente a nuestra poca ilustración y a las circunstancias de una guerra inminente, que debe hallarnos muy unidos”.
Voz: “Y se oyeron nuevos murmullos que tú aplastaste ahora de una sola patada y sin derrumbar virgen alguna. Sólo el obispo, hacía comentarios. Y levantaste la voz, de modo que los vitrales del gran techo circular se quebraron, y retumbaste en ambas bóvedas con un ensordecedor mugido…”
Servando: “Yo siempre he opinado por un medio entre la federación laxa de los Estados Unidos, y que allá mismo tiene muchos antagonistas, pues el pueblo está dividido entre federalistas y demócratas: un medio, entre la federación laxa de los Estados Unidos y la concentración peligrosa de Colombia y Perú; un medio en que dejando a las provincias las facultades muy precisas para proveer las necesidades y prosperidad de su interior, no destruya la unidad, que es ahora más que nunca indispensable, para hacernos respetables y temibles a la santa alianza”.
Voz: “Y el obispo empezó a buscar la salida, pero fue detenido por las palabras del fraile, que eran como un enorme maullido que retumbaba en todas las paredes y echaba abajo las velas del altar”.
Servando: “Ni se enerve la acción del gobierno, que ahora más que nunca debe ser enérgica”
Voz: Y el obispo quedó paralizado
Servando: “Para obrar simultáneamente y prontamente todas las fuerzas y recursos de la nación: Medio tutissimus ibis. Este es mi voto y mi testamento político”
Voz: “Y un estallido de aplausos resonó en las dos bóvedas, casi traspasándolas. Y el obispo echó a correr”.
Servando: “El que huye no puede ser más que un traidor”
Voz: “Dijo una voz que, desde luego, era la del fantástico (y ahora fanático) fraile. Pero ya no había tiempo para razones, y el obispo atravesaba toda la nave como una exhalación; Pero la muchedumbre, capitaneada por el infatigable fraile, lo perseguía de cerca. El obispo trepó a una escalera y se encaramó sobre una columna, y el fraile, de un salto, lo hizo descender, sacudiéndolo por los hábitos; y lo lanzó a los brazos de la muchedumbre que bramaba.
Servando: (en voz baja) “Este es mi voto y mi testamento político…”
Voz: “La muchedumbre se repartía mínimas porciones de carne de lo que antes había sido el obispo”.
Servando: “Si fractus illabatur orbis, impavidum ferient ruinae”
Se escucha el replicar obsesivo de campanas y el clamor del pueblo que llena las calles del olvido.
Voz: “El fraile, que por fin estaba fatigado pidió permiso para retirarse a descansar en la gran habitación que el Presidente le había cedido en el palacio”.
Servando: “Que calle debo tomar para llegar al palacio”
Una voz del pueblo: “Pues la calle Fray Servando Teresa de Mier”
Voz: “El fraile molesto emprendió la retirada por la calle más cercana, para descubrir con la tristeza de quien sabe ha entrado en el desierto del olvido, su nombre religioso, repetido en cada esquina”.
Servando: (con una voz casi imperceptible) “Este no debía ser mi testamento”…
Once
Todo la fuerza del recuerdo que abraza la extensión de la palabra amor…
Ellen White: (leyendo la carta): Leavenworth, Kansas, 28 de junio de 1921.
Señorita Ellen White Nueva York, N.Y.
Mí querida camarada:
Una maravillosa carta sin fecha y una muy hermosa fechada el 19 de este mes es lo que he recibido de usted. Gracias
Voz de Ricardo: Lo que hace maravillosa su carta sin fecha es el derroche de gemas que usted hace, con una prisa semejante a la de un jugador cuando despilfarra sin pensar las monedas fácilmente ganadas.
Ellen White: Da la impresión que usted tenía urgencia en disipar rápidamente el abundante tesoro de su ser exquisito.
Voz de Ricardo: Y, de esa manera, comenzó a caer la lluvia maravillosa; cayó sobre mí, a quien su genial capricho eligió como destinatario. Y -¡oh, generosa y modesta poetisa!- tras dilapidar sus riquezas en beneficio mío, usted me pide que la disculpe... Su adorable ingenuidad me hizo sonreír con un sentimiento parecido al que me produciría la violeta si me dijera "disculpe mi perfume" o la rosa, "le ruego no se fije en mi gracia..."
Ellen White: Sus imágenes son espléndidas. Yo las seguí, con atención incansable, a través de la oscura noche de la tristeza, de la sonriente aurora,
Voz de Ricardo: poética y dulce como las promesas de un enamorado; hasta llegar a la magnificencia del día de Libertad y Justicia. Pudo también mi imaginación íntima captar a la soñadora, hermosa y joven, derramando pródigamente sobre su viejo amigo los tesoros de su alma; y, con un suspiro de alivio, musité: ¡Mientras aliente un soñador, habrá esperanza!
Ellen White: El soñador es el artífice del mañana, la verdadera fuerza dinámica que impulsa el avance del mundo… empeñado incansablemente en sembrar, sembrar, sembrar; porque el destino de los soñadores es la injusticia, y sus hermanos han tenido preparados para ellos, desde la noche de los tiempos, la cicuta, la cruz, la roca, el patíbulo y la mazmorra… Pero me entusiasmo cuando una soñadora, como usted, hermosa y pura, emerge del estercolero que nos rodea para diseminar en los ingratos surcos la semilla de la luz y del amor; y, con su vista puesta en el futuro, sigue sembrando, sembrando, sembrando.
Voz de Ricardo: Hoy es un día de junio hecho de oro y azul. La bella soñadora se encuentra en su prisión: su lugar de trabajo. Sus refinados nervios, capaces de captar hasta el detalle más sutil, disfrutan de esta fiesta de luz y de calidez y de poesía. Es mediodía, el lugar está en calma. Desde algún sitio, el aire cálido transporta una melodía -tal vez la canción de algún otro soñador, muerto en tiempos remotos... Bajo el hechizo de la música, sueña la hermosa soñadora; y -generosa como es- surge en su pensamiento el recuerdo de su amigo, águila vieja y nostálgica... y fue así como yo fui el afortunado partícipe del sueño. Mi buena Ellen: gracias.
Ellen White: No recuerdo si le dije que la Embajada de México en Washington, D.C., me anuncia haber recibido instrucciones para interceder en mi favor ante las autoridades norteamericanas. Esa iniciativa es el resultado de las constantes demandas que ha hecho el proletariado mexicano ante el gobierno de Obregón con el objeto de que se solicite mi liberación, y la de Rivera, por los conductos diplomáticos. Veremos cuál es el resultado.
Voz de Ricardo: Me despido esta vez. Mi amor para nuestra Erma y los demás buenos camaradas. Me siento animado.
Ellen White: El futuro es nuestro.
Voz de Ricardo: Para usted, mi generosa amiga, mi amor también, y mis mejores deseos.
Ellen White: Ricardo Flores Magón
Doce
Las voces que de lejos gritan la pesadilla de un mal sueño, voces que intentan develarnos lo invisible oculto en lo más íntimo de la ilusión
Servando: Tarde supe de la muerte de Sucre y la traición de aquella causa, la carta de Bolívar, depresiva como nunca, me informa que la intención de invitar a Norte América a reconocernos “libres”
Bolívar: “es como invitar al gato a la fiesta de los ratones”
Servando: Él hablaba con la franqueza del sueño derrotado por el exceso de confianza
Bolívar: “El golpe mortal contra la integración fue invitar a los Estados Unidos al congreso de Panamá, a Sucre ya le costo la vida, a nosotros el fin de un sueño”…
Servando: La advertencia nos llego tarde, o la escuchamos tarde, ocupados por buscar la aprobación del Norte, no pudimos ver que la suerte del Sur la correríamos también nosotros
Bolívar: “Y todo porque los Estados Unidos amenazaban con acusarnos de estar convirtiendo al continente en una liga de estados populares contra la Santa Alianza… ¡Que honor!
Servando: Y comprendí la pena y la ironía del general y esa comprensión me invitó nuevamente a pensar en las futuras fugas que nos aguardaban
Bolívar: “Cuando se trataba nada menos que de proclamar la unidad de la América”
Coro de fuga: Y la noche llego de pronto
ocultando la carne de las sombras
a lo lejos vociferan mentiras mercenarias
que notifican la verdad que no será,
que nunca será
invitándonos a abandonar
dudas, voces e íntimos cantos
a lo lejos, la noche; vociferan las mentiras;
y la fuga se presenta una y otra vez,
sin saber distinguir cuando fue la última libertad
de la que tuvimos que escaparnos
quisieron libertad y
encontraron presidio,
quisieron independencia y
la esclavitud grabo las calles con sus nombres en placas del olvido…
Trece
Donde todo termina y la realidad empieza…
Coro: A los artículos de Ricardo se debió el desprestigio de Porfirio Díaz, primero en México y después en el extranjero. Nadie contribuyó tan poderosamente a la caída de este tirano como los artículos de Ricardo. Porfirio Díaz, y todos los pulpos que formaron el “Círculo de Amigos del señor Presidente” han de haber leído con caras de lacayos aterrorizados, los artículos de “Escorpión”, seudónimo de Ricardo en “El Hijo del Ahuizote” y en “Colmillo Público”. Su crítica mordaz y sarcástica hizo que el pueblo mexicano, de sumiso y esclavo, se transformara en pueblo de leones en contra de sus verdugos…
Los Actores: Cien años después parece que lo hemos olvidado.
(pausa)
¿Y si un pueblo cierra los ojos? ¿Desaparece la esperanza?
Oscuro rápido
Inicio de la celebración popular por el Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución Plaza Grande, Mérida, Yucatán. Febrero 2010 |
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