Argelia ya no cree en promesas


ARGELIA YA NO CREE EN PROMESAS

El presidente argelino Abdelaziz Buteflika acaba de reformar la Constitución para poder presentarse por un tercer mandato en abril de 2009, a pesar de que reconoció el “fracaso” de su política. Desesperada, la sociedad muestra desinterés frente a las elecciones, al tiempo que se han multiplicado los motines. 

Por: Ali Chibani, enviado especial
Traducción: Florencia Giménez Zapiola

“Para ir a Larbaa Nath Irathen (LNI, en Cabilia), sólo hay caminos que suben” (1) una sucesión de curvas en rutas estrechas. Se perciben colinas en cascada. Bajo una luz brillante, los fresnos, olivos y otros árboles frutales verdecen. 

Desgraciadamente, desechos esparcidos de manera anárquica estropean la belleza del lugar: botellas, bolsas y otros detritos tapizan el suelo. En todo el territorio, tanto en la ciudad como en el campo argelino, la destrucción del paisaje refleja el estado de ánimo de la sociedad. 

Antiguamente llamada Fort National por los franceses, la pequeña ciudad de LNI no abroga la regla frenética de las construcciones. Los edificios crecen como hongos en todo el país. Los ricos y los altos funcionarios se apropian generalmente de varios departamentos, lo que hace perdurar la crisis habitacional y obliga a los otros habitantes a manifestar violentamente su indignación. 

En las veredas de esta comuna, que tiene el aspecto de una ciudad de otro tiempo a causa de las construcciones coloniales destruidas, se aglutinan jóvenes desocupados: los hitistas (2). Sin embargo, los gobiernos sucesivos pregonan desde hace una década que la tasa de desocupación no excede el 12%.
“Es verdad que hay más empleos desde la llegada de Buteflika”, afirma Omar Achur, de 23 años y sin trabajo. Sentado a la sombra, Omar pasa sus días cuidando un “tavla”: un viejo mostrador de vidrio, con cigarrillos, tabaco para aspirar y golosinas. Una solución improvisada para ganar un poco de plata. Dos hombres compran dos cigarrillos. Omar se levanta para colocar el dinero en una caja verde gastada por el óxido. “¿Mi ideal?”, pregunta al sentarse, “encontrar trabajo. Si no, pienso dejar este país”. Como la mayoría de los jóvenes argelinos, su visa para Francia fue rechazada. De ahí, el nuevo fenómeno de los “harragas”, esos “quemadores de ruta” que arriesgan sus vidas sobre embarcaciones improvisadas con el fin de llegar a Europa. 

La tutela del Estado (de emergencia)
“Para irse de Argelia, las mujeres piden visas de estudio o buscan un ‘emigrado’ para casarse”, cuenta Sofía. Esta joven de 27 años se resiste a creer en un descenso de la desocupación. “Al contrario, veo cada vez más gente sin ocupación. Mire todos esos jóvenes que vagan. Incluso los profesionales están sin empleo”. No se cree afortunada por el hecho de ocupar un puesto en un “kiosco telefónico”. “Para una joven, lo importante es no quedarse encerrada en la casa. Yo trabajo de 8 a 16 horas, sin pausa para almorzar, para ganar 5.000 dinares (50 euros) por mes” (3).
Esta es la condición de la mujer argelina, explotada, como lo son por otra parte los inmigrantes africanos negros. “La mujer no negocia su salario. Los empleadores prefieren contratarnos antes que a un hombre que rechaza trabajar en las mismas condiciones que nosotras”. Esta treinañera, secretaria en el seno de una asociación social, gana 3.000 dinares (30 euros) por mes. “Mi salario no me sirve para nada. Mis padres me pagan el transporte para venir al trabajo”. Curiosamente, aunque acusa a los responsables en el poder de “dilapidar el maná petrolero”, considera positiva la presidencia de Buteflika. “Para mí no cambió nada, pero oigo a mucha gente hablar bien de él. Sobre todo, estableció ayuda para los jóvenes sin empleo y para que las familias modestas pudieran adquirir viviendas.” 

“¿La red social?, ¡pura espuma!” Para el alcalde de Larbaa Nath Irathen, Hocine Lounis, tanto el subsidio para la actividad de interés general (IAIG, por sus siglas en francés), en vigor desde 1994, como la prima de actividad y de inserción social (PAIS), remunerados respectivamente con 3.000 y 2.700 dinares por un período de seis meses –bajo la etiqueta de Reunión para la Cultura y la Democracia (RCD)–, constituyen una “explotación”. “Yo tengo que pagarle a un profesional joven o a un cuadro 3.000 dinares por mes. Eso equivale a no hacer nada contra la desocupación. En mi municipio, el 80% de las ordenanzas están bajo el régimen del IAIG. En otras palabras, cada seis meses hay que remplazar al 80% de los empleados.” Un programa así obliga al alcalde a valerse de artimañas frente a la ley. “Necesariamente, vuelvo a tomar a las mismas personas. ¿Cómo podría echar a las viudas que trabajan en las cantinas escolares? Sólo tienen ese salario irrisorio para alimentar a sus hijos.”
Lounis fue alcalde de 1997 a 2002; en 2007 fue reelegido. Estima que ya no puede asumir todas sus prerrogativas pues “Buteflika redujo el campo de las libertades. El Estado no quiere que los alcaldes actúen en favor del pueblo. Los proyectos de construcción o de reforma del sistema tributario local escapan al primer magistrado del lugar… El alcalde se ha vuelto un apéndice de la administración. Todo depende de la tutela”. La tutela: los ministerios y las “wilayas” (prefecturas) que deciden sobre los proyectos y su puesta en práctica en localidades cuyas necesidades ignoran. El alcalde del LNI cuenta que “Esos son los problemas que denuncian el conjunto de los alcaldes argelinos, sin importar su origen partidario. El Estado justifica la rigidez de la centralización por el estado de emergencia”.
En realidad, el gobierno no es el único culpable del deterioro de la gestión de las municipalidades. Los alcaldes y sus reemplazantes tienen mucho que ver. No hay servicio administrativo en el que la corrupción y el “acomodo” no marquen la ley. El simple ciudadano padece un chantaje permanente. Si tiene necesidad de un documento administrativo urgente, o si es controlado por un agente del orden celoso, debe recurrir a “sus relaciones” –los amigos bien ubicados– o abrir su billetera. Dda Idir (4), veterano de 76 años “que combatió por una Argelia distinta”, reconoce que “la injusticia domina. Si usted no tiene a nadie que lo ayude, se lo priva de todos sus derechos. Si conoce a un funcionario en la alcaldía, llega cuando quiere y pasa primero. Con los ‘conocidos’ puede obtener todo. Conozco personas, por ejemplo, que no han salido de sus pueblos durante la guerra y que cobran pensiones de veteranos.”
Esta práctica cuesta fabulosas sumas al presupuesto del Estado, en especial, en época electoral. El título de veterano o de hijo de “chahid” (5) es como la tarjeta “fidelidad” de un centro comercial: subsidios vitalicios, exoneración de algunos impuestos, rebajas en las agencias de viajes… Los partidos en el poder –Frente de Liberación Nacional (FLN) y Reunión Nacional Democrática (RND)– los reparten para ganar electores y convertirlos en adeptos. Así se da el caso de “veteranos” que no tenían edad de combatir entre 1954 y 1962. El propio presidente actual, por intermedio del Ministerio de Veteranos denunció a los impostores. “Buteflika dice cosas buenas –comenta Dda Idir–. El problema es que no mantiene sus promesas.” Se adivina la desesperación de ese anciano que “ruega a Dios para que el país cambie, aunque más no sea para ayudar a todos los jóvenes depresivos que no tienen más recursos que la droga.”
Miedo y miseria
Cuando llegó al poder, en abril de 1999, Buteflika suscitó esperanzas con sus discursos. Al hablar árabe argelino (6) y francés, y hacer referencia abierta a los orígenes amazighes (7) del África del Norte; al enumerar las dificultades sociales que un humilde ciudadano vive diariamente y zarandear a sus ministros inactivos, Buteflika se presentó a la población como un hombre providencial (8).
Pero ésta pronto se desengañó al descubrir en él una persona que pasaba la mayor parte de su tiempo en el extranjero. El movimiento de protesta de la Primavera Negra (abril-mayo de 2001), en Cabilia, sufrió una represión sangrienta que provocó ciento veintiséis muertos por balas –de las cuales cinco eran del LNI– y miles de heridos (9). Actualmente hay “revueltas” que estallan todos los días en el conjunto del territorio nacional. Ya nadie confía en las promesas del presidente; no se escuchan ni sus discursos ni los de otros representantes políticos. “La política no me interesa, sólo me preocupa el pan –dice un jubilado sentado a la mesa del Café del centro, sin consumir, donde algunos treintañeros juegan a las cartas con septuagenarios–. Mi jubilación no me alcanza para alimentar a mis cinco hijas sin empleo –confiesa el hombre–. A veces comemos; otras, nos armamos de paciencia.”
La mayor parte de la población debe dar prueba de esta paciencia. La explosión de los precios al consumidor no tiene precedentes. A 800 dinares la bolsa de sémola de 25 kilos, 650 dinares los cinco litros de aceite, y 130 el kilo de lechuga, los productos alimenticios básicos están fuera de alcance para el asalariado medio, sobre todo en el mes del Ramadán, mes de provecho comercial desvergonzado, donde el costo de los alimentos se duplica e incluso se triplica. “En Argelia, todo cambia de un día para el otro, salvo nuestra miseria”, se queja el jubilado que ignora que una reforma de la Constitución está prevista desde hace mucho.
Otro jubilado, ex obrero en Francia, bebe a sorbos una limonada en el mostrador. Después de un momento de vacilación, lanza: “Yo no tengo nada que decir a nuestros gobernantes. Ellos saben todo y no hacen nada para mejorar nuestras condiciones…Pero yo quisiera hablar al Estado francés y preguntarle por qué redujo (en ciertos casos) la ‘subvención por conyuge a cargo’, que afecta nuestro poder adquisitivo”. Extraña situación en la que la población se cree escuchada por un Estado extranjero y no por el suyo. Nuestro interlocutor reconoce, no obstante, que en diez años la situación de la seguridad cambió. “Tememos el bandidaje más que al terrorismo. Aquí, a uno lo pueden matar por 10 dinares. ¿De dónde viene todo esto? Lo ignoramos… ¿Pero quizás lo buscamos?”.
“¡Lo buscamos!”. Una expresión, dicha en francés, que apareció estos últimos años en la boca de los Cabilios. Acusan al Estado de haber favorecido el bandidaje, la droga, la prostitución –fenómenos aparecidos repentinamente– y de haber atraído a los grupos de Al-Qaeda al Magreb para forzar a la población a aceptar la vuelta de la gendarmería, retirada desde la Primavera Negra de 2001. ¿Verdad o paranoia? Difícil de responder, pues resulta imposible verificar las razones invocadas para formular esas acusaciones.
Pero, de hecho, hay miedo en todas partes. Durante los años 1990, se podía salir a cualquier hora en Cabilia. “Ahora, en invierno, yo dejo de trabajar a las 18 horas para evitar los obstáculos montados por bandidos que desvalijan los vehículos y los bienes de los que pasan”, confía Karim. Además del bandidaje (10), que ya ganó las otras regiones del país, este conductor de un furgón de transporte colectivo arriesga su vida todos los días. Según la confesión de un comisario de policía, “las rutas en Argelia llevan derecho al cementerio”. Para Karim, el índice elevado de los accidentes de tránsito se explica por “el mal estado de las rutas demasiado angostas, la falta de señalización y el poco respeto por el código. Pero la principal razón es que las personas no tienen miedo de morir. No esperan ya nada de la vida”. Desde hace diez años, la prensa argelina informa, casi todos los días, casos de suicidio. Generalmente se trata de jóvenes, hombres y mujeres.
Ya no es un foso el que separa al Estado de la Nación, sino un desierto árido. Nadie quiere atravesarlo para acercarse al otro. En diez años de presidencia de Buteflika, una elite burguesa, cercana al aparato del Estado, se fortaleció, mientras que la pobreza en el seno de la población ganó terreno. A primera vista, los islamistas son más poderosos que en los años 1990. Los terroristas “arrepentidos” o liberados de prisión se benefician con empleos y subsidios mientras que nadie sostiene a las víctimas de la barbarie integrista.
Lo trágico desembocó en lo irracional: muchos jóvenes se volvieron terroristas nada más que para beneficiarse con la generosidad del Estado después de la puesta en marcha de la “Concordancia civil” (11), transformada en “proyecto para la reconciliación nacional”. Se comprende que la reforma de la Constitución, que promete una enésima farsa electoral en un país donde el futuro corre el riesgo de ser más sombrío que el pasado, no suscite de ninguna manera el interés de los argelinos. “Lo que yo más quisiera es la paz”, concluye Karim Achour. “Un proverbio nuestro dice: la paz vale todas las saciedades.” Pero no se hace ninguna ilusión.
Notas
1 Proverbio Cabilio que inspiró Les Chemins qui montent, del novelista Mulud Feraun , Seuil, París, 1957.
2 “Hitista” (de hit, ‘pared’ en árabe), designa a los desempleados adosados todo el día a la pared.
3 El salario medio argelino es de 15.000 dinares (150 euros).
4 “Dda”, locución de respeto para nombrar a un hijo mayor.
5 Este término “mártires” designa a los hombres muertos en combate. Se estima en 2.500.000 el número de personas con el título de “ex mudjahid” o que tienen derecho a éste.
6 Sus predecesores solo utilizaban el árabe literario; incluso los argelinos arabófonos no lo comprenden.
7 Del nombre Amazigh, patriarca del pueblo berebere según la tradición.
8 Mohamed Benchicou hizo, sin embargo, un retrato poco halagüeño del presidente en Bouteflika, une imposture algérienne, Le Matin, Argelia, 2003. El periodista y director del diario Le Matin fue condenado, por represalia, a dos años de prisión efectiva y la publicación de su diario fue prohibida.
9 Leer Farid Alilat y Shéhérazade Hadid, Vous ne pouvez pas nous tuer, nous sommes déjà morts. L’Algérie embrasée, Edición número 1, París, 2002.
10 Estos “bandidos” raptan y secuestran además a empresarios y comerciantes a los que liberan luego del pago de un rescate.
11 La ley votada en 1999 prevé la suspensión de las prosecuciones judiciales contra los terroristas “arrepentidos” no culpables de crímenes de sangre. Se benefician con un empleo y subsidios. El Estado pone incluso al servicio de los ex “emires”, jefes regionales de los grupos islamistas armados, una escolta policial para asegurarles la protección. Leer Lahouari Addi, “En Algérie, du conflit armé à la violence sociale”, Le Monde diplomatique, París, abril de 2006.
A.C.


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