Los "NINI" del sol naciente
MALVIVIR EN EL PAÍS DEL SOL NACIENTE
Jóvenes atrapados en la clase baja
La negativa a aplicar en su totalidad las recetas económicas de Estados Unidos no convierte a Japón en un país modelo. Lo atestigua el auge del desempleo juvenil, el incremento de las desigualdades y la violencia en las relaciones interpersonales.
Por: Odaira Namihei
Un informe del Banco Mundial del 29 de marzo de 2006 estima que con un crecimiento del 2,8% previsto para 2006, “la economía japonesa demuestra que salió finalmente de su largo período de estancamiento, que duró diez años”. Pero para millones de jóvenes japoneses el futuro es incierto. Desde que la economía se sumió en los abismos de la recesión, hace una década, deben aprender a vivir al día. Hiroko Nomura, una joven de 28 años, vive de changas desde que egresó de la Universidad Waseda en Tokio, en marzo de 2000. Ese año, por primera vez en la historia, la tasa de empleo (1) de los jóvenes profesionales cayó por debajo de la línea del 60% hasta alcanzar el 55,8%. Al igual que muchos de sus amigos, Nomura se encontró sin empleo, librada a su suerte. “Después de haber enviado sin éxito unos sesenta currículum, estaba dispuesta a aceptar cualquier puesto”, explica. Habiendo previsto durante un tiempo trabajar en el diseño finalmente fue contratada en una empresa de publicidad por un salario mensual de 150.000 yenes (1.050 euros). “Estaba feliz de haber escapado al desempleo”, reconoce, aunque rápidamente se haya desilusionado. “Las horas extra, el estrés y el tiempo de viaje pudieron más que mi salud”, más aun cuando sus condiciones laborales y su salario no parecía que fueran a cambiar. Numura prefirió renunciar.
Miles de jóvenes enfrentan las mismas dificultades, ya que las ofertas de empleo se redujeron considerablemente, aunque los datos publicados en abril parezcan indicar una evolución más favorable: por primera vez desde 1995, el número de nuevos contratos por tiempo indeterminado (CTI) supera a los de tiempo determinado (CTD) (2).
En Tokio, frente a la estación de Shibuya, uno de los barrios más populares de la capital, Young Hallo Work, la agencia de empleos para personas de menos de 30 años, está siempre llena. Cientos de jóvenes acuden allí con la esperanza de conseguir un CTI que les permita dejar los pequeños trabajos. Según datos oficiales, Japón registraba en 2004 (última estadística conocida) unos 4 millones de freeters de 15-34 años. La palabra freeter, neologismo formado a partir del término inglés free (libertad) y el alemán arbeiter (trabajador), designaba originalmente a los jóvenes que se negaban a someterse a las normas de trabajo habituales (el empleo permanente) y optaban por los CTD. Con la crisis, esta opción prácticamente ya no existe y los pequeños trabajos son los que más abundan. Los freeters representan actualmente uno de cada cinco jóvenes activos de 15-34 años. Sus ingresos oscilan entre los 100.000 y 200.000 yenes por mes, es decir, aproximadamente la tercera parte de lo que gana un asalariado común.
Otro tema preocupante es el fuerte aumento del número de Nito (del inglés NEET, acrónimo de “not in education, employment or training”; personas que no están en el sistema educativo, ni trabajan, ni se capacitan); el 40% de ellos no tiene ninguna calificación y prácticamente ninguna posibilidad de insertarse en la sociedad. Como nunca trabajaron, no reciben ningún subsidio por desempleo. Se estima que son aproximadamente 850.000 personas. Como consecuencia de ello, existe una creciente pauperización de la sociedad. El índice de pobreza, definido por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), y que designa el porcentaje de personas cuyos ingresos son menores a la mitad del ingreso promedio del país, superaba en 2005 el 14%, tres veces más que el de Dinamarca o Suecia.
De los 25 países miembros de la OCDE, sólo Estados Unidos y México registran porcentajes más altos. Si bien a fines de años 1970 la gran mayoría de los japoneses afirmaba pertenecer a la clase media (chûryû), treinta años más tarde considera que la reciente evolución económica del país generó una “clase baja” (karyû shakai), poniendo fin al igualitarismo social elogiado durante décadas. Son los jóvenes y los mayores quienes integran principalmente esta nueva clase social, explica Atsushi Miura, autor de Karyû Shakai (3), obra que vendió alrededor de un millón de ejemplares desde su publicación en septiembre de 2005.
“El sistema económico y social surgido en 1955 con la llegada del Partido Liberal Demócrata (PLD), que dominó la escena política durante las siguientes cuatro décadas y cuyo objetivo era ubicar a Japón entre las grandes potencias industriales del planeta desapareció por completo, -estima Miura-. Asistimos al nacimiento de lo que cabe llamar el “sistema 2005”, que sigue estando desde luego dominado por el PLD, pero que ya no está animado por un deseo común de lograr el bienestar de la gran mayoría”. El fenómeno que condujo a lo que Atsushi Miura llama el “sistema 2005” (2005 nen taisei) comenzó en los años 1980. En esa época, el presidente estadounidense Ronald Reagan había decidido implementar una política que privilegiaba la desregulación, la rebaja de impuestos y la reducción del gasto público. La economía estadounidense se reactivó y esta orientación ultraliberal fue presentada como modelo a los dirigentes nipones.
Suicidios masivos
A pesar de los miles de millones inyectados a la economía, la maquinaria no se puso en marcha. Las autoridades iniciaron entonces un programa de reformas estructurales y desregulaciones, que favorecían el desempleo (4) y ponían en tela de juicio el funcionamiento del conjunto de la sociedad misma. Durante la primera mitad de los años 1990, se reestructuraron numerosas empresas. Las que desempeñaban un papel clave para la integración de los jóvenes profesionales en la vida social comenzaron a reducir considerablemente su personal.
Para toda una generación que había estudiado sin descanso con el fin de ingresar a los mejores establecimientos educativos, que les garantizarían un puesto en las más grandes empresas y por ende un puesto de trabajo vitalicio y un salario acorde con la antigüedad, el golpe fue difícil de sobrellevar.
Los asalariados de más edad no quedaron a salvo. Quienes se habían entregado en cuerpo y alma al desarrollo de su empresa y solían ser presentados como “soldaditos”, también fueron sacrificados durante la ola de despidos. Al no poder sobrellevar la situación, algunos de estos desamparados decidieron quitarse la vida. En 1978, eran algo más de 20.000 por año. En 2005, la cifra asciende a cerca de 32.000. “Desde 1989, según las estadísticas de la Agencia de la Policía Nacional, se suicidaron unas 450.000 personas”, confirma Hisao Sato, presidente de la asociación Kumo no Ito (La Telaraña), que se fijó como misión prevenir el suicidio en esta generación particularmente vulnerable. Para Tomohiro Otsuki, autor de varias obras sobre el suicidio en Japón, este recrudecimiento proviene de la política económica del Estado: “Bajo la responsabilidad del gobierno de Koizumi, Japón impulsa una política neoliberal inspirada en Estados Unidos, que se traduce en un desentendimiento del Estado cada vez mayor. El proyecto de privatización del Correo, lanzado en el verano de 2005, es el ejemplo más reciente. Esta orientación política dio lugar además a numerosos escándalos, como el que estalló a fines del año pasado en torno al incumplimiento de las normas antisísmicas por parte de los agentes inmobiliarios. Éstos últimos se habían beneficiado de la inoperancia de los servicios públicos para hacer lo que querían. Todo esto contribuye a reforzar el sentimiento de inseguridad en la población (...). Además, Japón no ofrece prácticamente nada a los desempleados que no pueden contar con subsidios para sobrellevar la situación. En cuanto a los jóvenes, no tienen muchas perspectivas y puede entenderse su deseo de no querer seguir viviendo”.
La cuestión del suicidio es lo suficientemente espinosa como para que los poderes públicos comiencen a interesarse en ella. El Ministerio de Salud y Trabajo se fijó como objetivo reducir a 22.000 la cantidad de suicidios de aquí al 2010, pero Sato tiene sus dudas. “Los poderes públicos crearon una comisión encargada de la prevención de suicidios que dispone de un presupuesto de mil millones de yenes. Si se compara el número de muertos en accidentes de tránsito con el de suicidios, se observa que el primero es 4,4 veces menor que el segundo. Sin embargo, se liberó una partida de 1 billón de yenes para reducir el número de muertos en las rutas”.
Afortunadamente, no todas las víctimas de estos trastornos económicos y sociales decidieron quitarse la vida. Muchas de ellas vieron en el éxito de los jóvenes empresarios surgidos de la nueva economía un medio para salir del paso rápido y bien. Es verdad que personajes como Takafumi Horie o Masayoshi Son, propietarios respectivamente de Livedoor y Softbank, conquistaron a una parte de la opinión pública deseosa de creer que la solución a todos sus problemas se encontraba en la economía neoliberal, representada especialmente por estos dos personajes muy mediáticos y adulados por Junichiro Koizumi. Para el primer Ministro, mostrarse junto a ellos significaba posicionarse en el bando de los ganadores (kachi gumi). Su apoyo a Horie, “candidato independiente” en Hiroshima, durante las elecciones legislativas de septiembre de 2005 (5) ilustra perfectamente este estado de ánimo. Esto contribuyó además a la cómoda victoria de Koizumi, haciendo creer que el conjunto de la sociedad podría beneficiarse con esta política. Pero Horie “cayó” a raíz de una historia de cuentas fraudulentas, poniendo en evidencia la fragilidad de las fundaciones en las que el gobierno pretendía construir el conjunto de su política económica y social. En el lapso de unos días, Japón perdió algunas de sus ilusiones y los japoneses comprendieron que debían seguir viviendo durante un tiempo con sus problemas sociales. El envejecimiento de la población y el creciente aislamiento de muchas personas mayores no resuelven la situación.
Resulta significativo el nuevo concepto lanzado por el gigante de la agroalimentación Nissin, especialista en fideos instantáneos, que desea desarrollar productos concebidos especialmente para los de más bajos ingresos. Como explicaba recientemente su presidente Ando Koki, “asistimos al surgimiento de una clase social pobre que tenderá a desarrollarse muy rápido en los próximos años. Debemos pues prepararnos creando productos que se adapten a esta población” (6).
La multiplicación de las marcas baratas refleja asimismo este crecimiento de una población que tiene cada vez más problemas económicos (7).
Los importantes ahorros con los que contaba la mayoría de las familias permitieron durante mucho tiempo mantener la ilusión de una sociedad sin grandes dificultades. “Actualmente, una de cada cinco familias dispone de ahorros de menos de 500.000 yenes (menos de 3.500 euros), lo que significa que ya no dispone de casi ninguna reserva”, explica la economista Sayuri Shiraishi. Señala especialmente el hecho de que en 2004 el número de familias que percibía ayuda social (seikatsu hogo), cruzó por primera vez el umbral simbólico del millón; en 1992, después del estallido de la burbuja financiera, eran sólo 580.000.
Notas al pie:
1 Porcentaje de jóvenes que consiguieron empleo un año después de
completar sus estudios.
2 Asahi Simbun, Tokio, 8-4-06.
3 Miura Atsushi, Karyû Shakai (Clase baja), Kobunsha, Tokio, 2005.
4 La tasa de desempleo oficial pasó de un promedio del 2% a comienzos de los años 1990 al 5,5% entre 2002 y 2004 y alrededor del 4% en 2005.
5 Horie fue sin embargo derrotado.
6 Entrevista en Asahi Shimbun, Tokio,12-10-05.
7 Según una encuesta realizada por Yomiuri Shimbun, el 81% de las personas consultadas considera que la “fractura social en Japón es cada vez mayor” y el 56% piensa que “las reformas llevadas a cabo por el gobierno de Koizumi son directamente responsables de ella”, Yomiuri Shimbun, Tokio, 14-3-06.
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