De Marx al ecosocialismo


De Marx al ecosocialismo
Por: Michael Löwy
Traducción: Andrés Lund Medina

Mi punto de partida será el fenómeno de «racionalización» analizado por Max Weber. Siguiendo a Weber, distinguiremos tres aspectos, estrechamente ligados entre sí, del proceso de «racionalización» que caracteriza, desde la revolución industrial, a las sociedades capitalistas modernas (y lo mismo podría decirse, en gran medida, respecto a las difuntas burocracias del Este europeo):
1) Una Zweckrationalität, o “racionalidad-como-finalidad”, esto es, la utilización de medios racionales para alcanzar objetivos que nada tienen de racionales como expresión institucional ideal-típica de la burocracia. Es lo que la Escuela de Frankfurt designa con el concepto de «racionalidad instrumental», un tipo de razón compatible con las más monstruosas irracionalidades sustanciales; por ejemplo, para citar un caso límite, la administración racional y burocrática del genocidio. Pero, además de tales extremos, es la lógica del funcionamiento «normal» de la economía capitalista y de las instituciones burocráticas que han conseguido combinar, como fue explicado por Ernest Mandel, la racionalidad parcial con la irracionalidad global.1
2) Una diferenciación y autonomización de las esferas como resultado de la separación entre lo económico, lo social, lo político y lo cultural. La economía de mercado se vuelve un sistema auto-regulado que nunca se encuentra “encajado” en la sociedad (para retomar la célebre expresión de Karl Polanyi) y escapa a cualquier control social, moral o político.
3) Una Rechenhaftigkeit, o espíritu del cálculo racional, esto es, una tendencia general a la cuantificación. Los valores cualitativos, éticos, sociales o naturales están condenados a ser destruidos, degradados o neutralizados por tal cuantificación que encuentra su expresión más directa en el dominio total del valor de cambio de las mercancías y la monetarización de las relaciones sociales.
Como ha sido demostrado muy bien por A. Mitzman, siguiendo la lógica de esa «racionalización mutilada», necesariamente se rechaza -calificado de sentimental o de “freno al progreso”– cualquier criterio incompatible con la persecución del lucro máximo, tal como el bienestar de los trabajadores, o del medio ambiente planetario o incluso del futuro humano.

Hoy, el proceso racional de “perseguir el lucro máximo” alcanza su etapa de globalización planetaria, bajo la égida de instituciones como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización de Comercio y el G-7. Infelizmente, la Europa neoliberal de Maastricht no escapa a tal lógica...
Los primeros críticos de ese modelo de civilización capitalista industrial fueron los románticos: desde la segunda mitad del siglo XVIII (Rousseau) hasta nuestros días (el historiador inglés E. P. Thompson), el romanticismo protestó contra la cuantificación, la mecanización y el desencantamiento del mundo, en nombre de valores culturales, sociales, éticos precapitalistas.
La contaminación de las grandes ciudades y los estragos provocados en el medio ambiente por el maquinismo son temas recurrentes en la cultura romántica. Para citar un sólo ejemplo: en Tiempos difíciles, una de las novelas preferidas de Karl Marx, Charles Dickens describe la ciudad industrial (imaginaria) de Coketown como una “ciudad ceniza” donde «todo opone una gran resistencia a la entrada de la naturaleza, como la salida de gases mortíferos en el aire». Las altas chimeneas, “lanzando al aire sus torbellinos envenenados”, escondían al cielo y al sol de modo que, «perpetuamente, se estaba bajo un eclipse». Los que tenían “sed de un poco de aire puro”, aquellos que deseaban ver un paisaje verde, árboles, pájaros, una arbolada brillante al cielo azul, estaban obligados a viajar algunos kilómetros en tren para pasear por los campos. Por lo mismo, nadie estaba en paz: en los terrenos baldíos, abandonados después de haber sido extraídos todas sus riquezas, se escondían otras tantas armas mortales.2 Si sustituimos los “terrenos baldíos” por “desechos tóxicos” (o nucleares), el cuadro no ha sufrido grandes cambios desde 1854, fecha de la publicación de esta novela...
Volver a la historia del romanticismo, a la nostalgia romántica del paraíso perdido o las comunidades orgánicas pre-modernas asume formas que pueden ser reaccionarias y retrógradas o bien utópicas y revolucionarias. En este último caso, ya no se trata de un retorno al pasado, sino de un desvío por el pasado en dirección al futuro: para Pierre Leroux, William Morris o Herbert Marcuse –por citar apenas tres ejemplos– la utopía futura permite reencontrar a las comunidades perdidas, pero bajo una nueva forma que integra las conquistas de la modernidad: libertad, igualdad, fraternidad y democracia.
El socialismo y la ecología -o, por lo menos, algunas de sus corrientes- cada una a su manera, son los herederos de la crítica romántica. Sus objetivos comunes implican la superación de la racionalidad instrumental, de la autonomización de la economía, del reino de la cuantificación, de la producción como fin en sí, de la dictadura del dinero, de la reducción del universo social al cálculo de los márgenes de rentabilidad y de la necesidad de acumulación del capital. Tanto el socialismo como la ecología reivindican valores cualitativos: el valor de uso, la satisfacción de las necesidades, la igualdad social, para el primero; la salvaguarda de la naturaleza y el equilibrio ecológico para la segunda. También conciben la economía como “encajada” pero sin ser parte del medio ambiente social y natural. Su objetivo común podría ser, como escribe A. Mitzman, “sustituir los actuales valores dominantes de crecimiento económico lineal y de enriquecimiento personal, de competitividad sin piedad y de dividir el mundo entre ganadores y perdedores, por valores orientados hacia la armonía social y la solidaridad, basados en el respeto por la naturaleza y al carácter cíclico de la vida en general”.
Dicho esto, las divergencias de fondo han mantenido, hasta aquí, una separación entre «verdes» y «rojos», entre marxistas y ecologistas. Estos acusan a Marx y Engels de produtivismo. ¿Será tal acusación justificada? Sí y no.
-No, en la medida en que nadie denunció la lógica capitalista de producción por la producción tanto como Marx, la acumulación del Capital, riquezas y mercancías como fin en sí mismo. La misma idea de socialismo –al contrario de sus miserables burócratas falsificadores- es el de una producción de valores del uso, de bienes necesarios para la satisfacción de necesidades humanas. El objetivo supremo del progreso técnico para Marx no es el crecimiento infinito de posesiones ("el tener") sino la reducción de la jornada de trabajo, y el crecimiento del tiempo libre ("el ser").
-Sí, en la medida en que a menudo los hallazgos a Marx o Engels (y más todavía en el marxismo ulterior) una tendencia a hacer del "desarrollo de las fuerzas productivas" el vector principal del progreso, y una posición poco crítica hacia la civilización industrial, principalmente en su relación destructiva del medio ambiente. Desde este punto de vista, un "texto" canónico es el famoso Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política (1859), uno de los escritos de Marx más marcado por un cierto evolucionismo, por la filosofía del progreso, por el cientificismo (el modelo de las ciencias de la naturaleza) y por una visión nada el problematizada de las fuerzas productivas.
En realidad, en los escritos de Marx e Engels, se encontran elementos para alimentar las dos interpretaciones. El texto siguiente de los Grundrisse es un buen ejemplo de la admiración poco crítica de Marx por la obra “civilizadora” de la producción capitalista y por su instrumentalización brutal de la naturaleza:
"Así, por consiguiente, la producción fundada en el capital crea. por un lado la industria universal, es decir, el sobre trabajo al mismo tiempo que el trabajo creador de valores; por otro lado, un sistema de explotación general de la apropiación de la naturaleza y del hombre (...) El capital empieza por consiguiente a crear la sociedad burguesa y la apropiación universal de la naturaleza y establece una red que engloba a todos los miembros de la sociedad: tal es la gran acción civilizadora del capital.
"Se eleva a un nivel social tal que todas las sociedades anteriores aparecen como desarrollos meramente locales de la humanidad y como una idolatría de la naturaleza. De hecho la naturaleza se vuelve un puro objeto para el hombre, una cosa útil. No se le reconoce ya como una fuerza. La inteligencia teórica de la ley natural tiene todos los aspectos de la artimaña que intenta someter la naturaleza a las necesidades humanas, sea como objeto de consumo, sea como medio de producción". 3


Sin embargo, Marx y Engels expresan también en un cierto número de textos que tienen una visión más crítica de las “fuerzas productivas”. Por ejemplo, en La ideologia alemana se encuentra lo siguiente:
"En el desarrollo de las fuerzas productivas, se llega a un estadio donde nacen las fuerzas productivas y los medios de circulación que ya no puede ser más que nefastos en el cuadro de relaciones existentes que no son más fuerzas productivas, sino fuerzas destructivas (la mecanización y el dinero)."4
Esta idea no fue desarrollada por Marx y no es seguro que la destrucción abordada aquí sea la de la naturaleza. Entre los raros textos de este autor en que trata, explícitamente, las devastaciones provocadas por el capital en el medio ambiente natural –así como visión dialéctica de las contradicciones del “progreso” inducido por las fuerzas productivas –se encuentra en El Capital, el célebre texto sobre la agricultura capitalista:
"La producción capitalista... destruye no sólo la salud física del obrero urbano y la vida espiritual del trabajador rural, sino que vuelve un problema al intercambio material (Stoffwechsel) entre el hombre y la tierra, así como la eterna condición natural de la fertilidad duradera (dauernder) de la tierra, haciendo más difícil la restitución de la tierra porque los ingredientes que requiere le son quitados y usados bajo la forma de alimentos, de ropa, etc. Al trastornar las condiciones en que este intercambio se ajusta espontáneamente, esta circulación se ve obligada a restablecer de una manera sistemática, bajo una forma adecuada al desarrollo humano integral y como ley reguladora de la producción social. (...) Por otro lado, cada progreso de la agricultura capitalista no sólo es un progreso en el arte de explotar al trabajador, sino también en el arte de despojar a la tierra; cada progreso en el arte para aumentar fertilidad de ella por un tiempo, es un progreso en la ruina de sus fuentes duraderas de fertilidad. Más un país, los Estados Unidos de Norteamérica, por ejemplo, se desarrolla sobre la base de la gran industria, más este proceso de destrucción se hace realidad rápidamente. La producción capitalista desarrolla la técnica y la combinación de los procesos de producción social mientras va minando (untergräbt), al mismo tiempo, las dos fuentes de donde sale toda riqueza: la tierra y el trabajador".5
Asimismo, en Engels, que celebra demasiado el “control” y el “dominio” humano sobre la naturaleza, es posible encontrar escritos que llaman la atención, de forma más explícita, sobre los peligros de tal actitud –veamos, por ejemplo, el siguiente texto del artículo sobre “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre” (1876)
"No debemos presumir demasiado nuestras victorias humanas sobre la naturaleza. Por cada uno de estas victorias, la naturaleza toma venganza sobre nosotros. Es verdad que cada victoria dada, tenemos en primera instancia, los resultados esperados, pero en segunda o tercera instancia son efectos diferentes, inesperados, que anulan demasiado a menudo los primeros. La gente que, en Mesopotamia, Grecia, Asia Menor y en otras partes, destruyeron los bosques para conseguir tierras cultivables, nunca imaginó que mientras los eliminaban, acababan con los centros de colección y depósitos de humedad, poniendo las bases para el estado desolado actual de esos países. Cuando los italianos de los Alpes cortaron los bosques de pinos de la parte sur, tan queridos por la parte del norte, no tenían la menor idea de que mientras actuaban así cortaron las raíces de la industria lechera de su región; y menos aún preveían que se privaron de ese modo de las fuentes de agua para la mayor parte del año (...). Los hechos nos recuerdan a cada paso que no reinamos sobre la naturaleza como un conquistador reina sobre un pueblo extranjero, como alguien que está fuera de la naturaleza, sino que nosotros pertenecemos a ella con nuestra carne, nuestra sangre, nuestro cerebro, que nosotros estamos en su seno y que todo nuestro dominio en ella reside en la ventaja que tenemos sobre el conjunto de las otras criaturas es la de conocer sus leyes y poder servirnos de ellas juiciosamente."6
No sería difícil encontrar otros ejemplos. Lo cierto es que falta en Marx y Engels una perspectiva ecológica de conjunto. Es injustificada actualmente su concepción optimista del desenvolvimiento ilimitado de las fuerzas productivas -una vez eliminado el obstáculo que limita su desarrollo, representado por las relaciones de producción capitalista que las limitan. No sólo desde el punto de vista económico -el riesgo del agotamiento de las materias primas-, sino también por la amenaza de destrucción del equilibrio ecológico del planeta por la lógica productivista del capital (y de su pálido imitador, o seguidor, la difunta burocracia «socialista»).
Se podría concluir provisionalmente esta discusión con una sugerencia, que me parece pertinente, adelantada por Daniel Bensaïd en su reciente -y notable- trabajo sobre Marx: reconociendo que sería abusivo exonerar a Marx de las ilusiones "progresistas" o "prometeicas" de su tiempo, también lo es el presentarlo como un fanático de la industrialización, por eso nos propone un camino más fecundo: establecerse en las contradicciones de Marx y tomarlos en serio. La primera de estas contradicciones es, por supuesto, ese credo productivista de ciertos textos y la intuición de que el progreso puede ser la fuente de la destrucción irreversible del ambiente natural.7
La cuestión ecológica es, en mi opinión, el gran desafío para la renovación del pensamiento marxista en el umbral del siglo XXI. Ella exige de los marxistas una ruptura radical con la ideología del progreso lineal y con el paradigma tecnológico y económico de la civilización industrial moderna.
Walter Benjamin fue uno de los primeros marxistas del siglo veinte que volvió a plantear este tipo de preguntas: desde 1928, en su libro Sentido Único denunció la idea de la dominación de la naturaleza como "una bandera imperialista" y propuso una nueva concepción de la técnica como "el dominio de las relaciones entre la naturaleza y la humanidad". Algunos años después, en sus Tesis sobre el concepto de historia, propone enriquecer al materialismo histórico con las ideas de Fourier, ese visionario utópico que había soñado «con un trabajo que, más que explotar a la naturaleza, está en condiciones de hacer emerger de sus profundidades las fuerzas adormecidas en su seno.»8

Hoy todavía los marxismos están lejos de haber colmado sus carencias en este terreno. Pero algunas reflexiones empiezan a atacar esta tarea. Una pista fecunda ha sido abierta por el activista ecológico y marxista americano James O'Connor: es necesario agregar a la primera contradicción del capitalismo, examinada por Marx, entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, una segunda contradicción, entre las fuerzas productivas y las condiciones de producción: los trabajadores, el espacio urbano, la naturaleza. Por su dinámica expansionista, el Capital pone en peligro o destruye sus propias condiciones, empezando con el ambiente natural -una posibilidad que Marx no había tenido suficientemente en consideración.9
Otra interesante acercamiento es sugerido en un reciente texto de un "ecomarxista italiano: "La fórmula según la cual se produce una transformación de las fuerzas potencialmente productivas en fuerzas eficazmente destructivas, especialmente respecto al ambiente, nos parece más conveniente y más significante que el esquema muy conocido de la contradicción entre fuerzas productivas (dinámicas) y relaciones de producción (que las encadena). Por otra parte, esta fórmula permite dar un fundamento crítico y no apologético al desarrollo económico, tecnológico, científico, y por consiguiente para elaborar un concepto de progreso 'differentié' [diferenciado] (E. Bloch).10
Que sea marxista o no, el movimiento obrero tradicional en Europa -los sindicatos, partidos social-demócratas y comunistas- permanece profundamente marcado aún por la ideología del "progreso" y por el productivismo, y, en ciertos casos, defiende, sin cuestionar más, la energía nuclear o la industria automotriz. Es verdad que un principio de sensibilización ecologista está en proceso de desarrollarse, notablemente en los sindicatos y partidos de izquierda en los países nórdicos, en España, en Alemania, etc.
La gran contribución de la ecología fue -y es de nuevo- hacernos tomar conciencia de los peligros que amenazan al planeta como consecuencia del modo presente de producción y consumo. El crecimiento exponencial de agresiones al ambiente, la amenaza creciente de una ruptura del equilibrio ecológico configura un escenario catastrófico que pone en cuestión la misma supervivencia de la vida humana. Somos confrontados con una crisis de la civilización que requiere algunos cambios radicales.11
El problema es que las proposiciones avanzadas por las corrientes dominantes de la ecología política europea son muy insuficientes o llevan a callejones sin salida. Su principal debilidad es ignorar la necesaria conexión entre el productivismo y el capitalismo, de conducir a la ilusión un "capitalismo propio" o de reformas capaces de controlar sus "excesos" (como eco-impuestos, p.e.). Toman como pretexto la imitación, por las economías burocráticas despóticas, del productivismo occidental, encontrando que espalda a espalda el capitalismo y el socialismo son dos variantes del mismo modelo - un argumento que ha perdido su interés después del hundimiento del pretendido "socialismo real."
Los activistas ecológicos están equivocados si piensan poder hacer la crítica de la economía marxista del capitalismo: una ecología que no comprende la relación entre el "productivismo y la lógica de la ganancia está condenada al fracaso -o peor, a la recuperación por el sistema. Los ejemplos no faltan...
Considerando a los trabajadores como irremediablemente ganados por el productivismo, algunos activistas ecologistas consideran un punto muerto al movimiento obrero, y han puesto en sus banderas: "ni izquierda, ni derecha". Los ex-marxistas convertidos a la ecología declaran apresuradamente el "adiós a la clase obrera" (André Gorz), mientras de otros (Alain Lipietz) insisten que es necesario salir del "rojo" –es decir, del marxismo o del socialismo- para adherirse al "verde", nuevo paradigma que traería una respuesta a todos los problemas económicos y sociales.
Finalmente, en las corrientes llamadas "fundamentalistas" (o la ecología profunda) se llegan a esbozar, bajo el pretexto de lucha contra antropocentrismo, una refutación al humanismo que conduce a sus posiciones relativistas colocando a todas las especies vivientes en el mismo nivel. ¿Es necesario considerar verdaderamente que el bacilo de Koch o el mosquito anófelis tienen los mismos derechos a la vida que un niño enfermo de tuberculosis o malaria?
La refutación de esas posiciones hace superior a los ecosocialistas. Al integrar las conquistas fundamentales del marxismo –desembarazado de las escorias productivistas-, comprenden que la lógica del mercado y del lucro (del mismo modo que del autoritarismo tecnoburocrático de las difuntas «democracias populares») es incompatible con las exigencias ecológicas. Al mismo tiempo que critican la ideología de las corrientes dominantes del movimiento obrero, ellos saben que los trabajadores y sus organizaciones constituyen una fuerza esencial para cualquier transformación radical del sistema.
El ecosocialismo se ha desarrollado –a partir de las investigaciones de algunos pioneros rusos de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX (Sérgio Podolinsky, Vladimir Vernadsky)-, sobre todo durante los últimos veinticinco años, gracias a trabajos de pensadores de la talla de Manual Sacristán, Raymond Williams, Rudolf Bahro (en sus primeros escritos) y André Gorz (idem), como en las preciosas de contribuciones de James O'Connor, Barry Commoner, John Bellamy Foster, Joël Kovel (EE.UU.), Juan Martinez Allier, Francisco Fernandez Buey, Jorge Riechman (España), Jean-Paul Déléage, Jean-Marie Harribey (Francia), Elmar Altvater, Frieder Otto Wolff (Alemania), y muchos otros uno, que se han expresado en una red de revistas tales como: Capitalism, Nature and Socialism, Ecologia Politica, etc.
Esta corriente –presente en los partidos verdes, en los movimientos «rojos-verdes», tanto en la extrema izquierda como en el seno de la izquierda «clásica»- está lejos de ser políticamente homogénea, pero una mayoría de sus representantes comparte el interés por algunos temas. En ruptura con la ideología productivista del progreso –en su forma capitalista y/o burocrática (del «socialismo real»- y opuesta a la expansión ilimitada de un modo de producción y de consumo destructor del medio ambiente, representa en la esfera ecológica a la tendencia más avanzada y más sensible a los intereses de los trabajadores y de los pobres del Sur, donde sea que se comprenda la imposibilidad de un «desarrollo sustentado» en los marcos de la economía capitalista de mercado.
El razonamiento ecosocialista reposa sobre dos argumentos esenciales:
1° El modo de producción y de consumo actual de los países desarrollados, fundados sobre la lógica de la acumulación ilimitada (de Capital, de ganancias, de mercancías), de despilfarro de recursos, de consumos ostentosos, y de destrucción acelerada del medio ambiente, no puede de ningún modo ser extendido en el conjunto del planeta, sino bajo la idea de una importante crisis ecológica; según los cálculos recientes, si se generalizara al conjunto de la población mundial el consumo medio de energía de USA, las reservas actuales de petróleo se agotarían en diecinueve años.12 Este sistema está por tanto necesariamente fundado en el mantenimiento y el agravamiento de las escandalosas injusticias entre el Norte y el Sur.
Por otro lado, la globalización neoliberal conduce a una intensificación creciente de los problemas ecológicos en Ásia, África y América Latina, como consecuencia de una política deliberada de “exportación de la contaminación” de los países imperialistas. Además, esta política tiene una “legitimación” económica imbatible –desde el punto de vista de la economía capitalista de mercado. Recientemente el especialista del Banco Mundial, Lawrence Summers, afirmó que ¡los pobres cuestan menos! Para citarlo en sus propios términos: “a medida que los costos de polución perjudican la salud depende de los rendimientos perdidos por causa de enfermedad y mortalidad acentuadas. Desde este punto de vista, determinada cantidad de polución perjudicial a la salud debería ser realizada en los países con costos más bajos, esto es, en países con los salarios más bajos”.13 Una formulación cínica que revela mucho mejor la lógica del capital global que todos los discursos endulzados sobre el “desarrollo” producidos por las instituciones financieras internacionales.
2° En este estado de cosas, la continuación del «progreso» capitalista y la expansión de la civilización fundada sobre la economía de mercado, que funciona bajo una forma brutalmente inequitativa, amenaza directamente, a mediano plazo, (toda previsión sería azarosa), la supervivencia misma de la especie humana. El cuidado de la naturaleza es por tanto un imperativo humanista.
La racionalidad limitada del mercado sistema capitalista, con sus cálculos inmediatistas de pérdidas y ganancias, es intrínsecamente contradictorio con una racionalidad ecológica que toma en cuenta la temporalidad de los ciclos naturales largos.
Contra el fetichismo de la mercancía y la autonomización cosificada de la economía a través de neoliberalismo, se pone en juego el futuro que es, para el ecosocialisteses, la puesta en acción de la "economía moral", en el sentido que dio E.P. Thompson a este término, es decir, una política económica fundado sobre criterios no-monetarios y extra-económicos: en de otros términos, la "reintricación" de lo económico en lo ecológico, lo social y lo político.14
Las reformas parciales son completamente insuficientes: es necesario reemplazar la micro-racionalidad de la ganancia por una macro-racionalidad social y ecológica, lo que requiere un cambio real de civilización.15 Ello es imposible sin una reorientación tecnológica profunda y apuntando al reemplazo de las fuentes actuales de energía por otras, no-contaminantes y renovabless, como la energía eólica o la solar.16 La primera cuestión planteada es, entonces, sobre el control de los medios de producción, y sobre todo por las decisiones de inversión y mutación tecnológica, que deben quitarse de los bancos y de las empresas capitalistas para volverse bienes comunes de la sociedad.
Una reorganización en su conjunto del modo de producción y consumo es necesario, fundada sobre criterios exteriores a los del mercado capitalista: en las necesidades reales de la población (no necesariamente en las solvente) y la salvaguarda del medio ambiente. En otros términos, una economía de transición al socialismo, "re-ajustada" (como diría Karl Polanyi) en el medio ambiente social y natural, porque está fundada en la opción democrática de prioridades y inversiones decididas por la población ella - y no por leyes del mercado o por un politiburó omnisciente. Esta transición no sólo manejaría a un nuevo modo de producción y a una sociedad igualitaria y democrática, sino también a un modo de vida alternativo, a una nueva civilización, ecosocialista, más allá del reino del dinero, de los hábitos de consumo artificialmente inducidos por la publicidad, y de la producción al infinito de mercancías que dañan el medio ambiente (¡el automóvil individual!).
¿Utopía? En el sentido etimológico («ningún lugar»), sin duda. ¿Pero si no creemos más, con Hegel, que "todo lo que es real es racional, y todo lo que es racional es real", cómo pensar una racionalidad sustancial sin hacerse llamar utopías? La utopía es indispensable en el cambio social, con tal de que se funde en las contradicciones de la realidad y en los movimientos sociales reales. Este es el caso del ecosocialisme, que propone una estrategia de alianza entre los "rojos y los verdes" –no en el sentido político estrecho de los partidos social-demócratas y de los partidos verdes, sino en un sentido más amplio, es decir, entre el movimiento obrero y el movimiento ambientalista -y de solidaridad con los oprimidos y explotados del Sur.
Esta alianza implica que la ecología renuncia a las tentaciones del naturalismo anti-humanista y abandona su pretensión de reemplazar la crítica de la economía política. Esta convergencia también implica que el marxismo se desembaraza de su productivismo, sustituyendo el esquema mecanicista de la oposición entre el desarrollo de las fuerzas productivas y relaciones de producción que las limitan, por la idea, mucho más fecunda, de una transformación de las fuerzas potencialmente productivas en fuerzas efectivamente destructivas.17
La utopía revolucionaria de un socialismo verde o de un comunismo solar no significa que uno no debe actuar desde hoy mismo. Pero no tener ilusiones sobre la posibilidad de "ecologizar" al capitalismo no significa que uno no debe comprometerse con el combate por reformas inmediatas. Ese uno no puede contratar la lucha para las reformas inmediatas. Por ejemplo, algunas formas de eco-impuestos pueden ser útiles, a condición de que sean portadores de una lógica social igualitaria (hacer pagar a los contaminadores y no a los consumidores), y que se quite de encima el mito de un cálculo económico del "precio de mercado" por el daño ecológico: ésta es una variable incomensurable desde el punto de vista monetario. Nosotros tenemos necesidad desesperadamente de ganar tiempo, de luchar inmediatamente por la prohibición del CFCS que destruye la capa de ozono, por una moratoria en el OGM, por una severa limitación de los gases responsables del efecto invernadero, por privilegiar a los transportes públicos por encima del uso del automóvil individualista, contaminante y anti-social.18
La lucha por las reformas eco-sociales puede ser portadora de una dinámica de cambio, de "transición" entre las demandas mínimas y el programa máximo, a condición de que rechace los argumentos y las presiones de los intereses dominantes, de apelar a las reglas del mercado, la competitividad o la "modernización". Algunas demandas inmediatas ya son, o pueden volverse rápidamente, el lugar de una convergencia entre los movimientos sociales y los movimientos ecologistas, entre sindicalistas y conservacionista, entre rojos y verdes:
- la promoción del transporte pública -trenes, metros, camiones, tranvías-, bien organizado y gratuito, como alternativa a los embotellamientos y la contaminación de ciudades y campos gracias al uso del automóvil individual y el sistema de caminos y transporte.
- La lucha contra el sistema de la deuda y los "ajustes ultra neo-liberales" impuesto por el FMI y el Banco Mundial a los países del Sur, con consecuencias sociales y ecológicas dramáticas: el desempleo masivo, la destrucción de las protecciones sociales y de las culturas vivientes, la destrucción de los recursos naturales por la exportación.
- La defensa de la salud pública, contra la polución del aire, del agua (mantos acuíferos) o de la comida por la avaricia de las grandes empresas capitalistas.
- La reducción del tiempo de trabajo como respuesta al desempleo y como visión de la sociedad que privilegia el tiempo libre respecto a la acumulación de bienes y posesiones.19
Sin embargo, en la lucha por una nueva civilización, a la vez más humana y más respetuosa de la naturaleza, el conjunto de los movimientos sociales emancipadores deben asociarse. Como lo dice tan bien Jorge Riechmann:
"Este proyecto no es capaz de renunciar a ninguno de colores del arcoiris en el cielo: ni el rojo del movimiento obrero anticapitalista e igualitario, ni al violeta de las luchas por la liberación de la mujer, ni al blanco de los movimientos no violentos por la paz, ni al anti-autoritario negro de los libertarios y anarquistas, y mucho menos al verde de la lucha por una humanidad justa y libre sobre un planeta habitable”.20
Esta causa es planetaria, pero Europa, donde se va a alcanzar su unidad bajo una nueva forma, si se aleja de las restricciones neoliberales de Maastricht, puede volverse uno de los principales laboratorios para elaborar un futuro diferente.

Nota
Este texto fue publicado en Pós-neoliberalismo II, organizado por Emir Sader y Pablo Gentile. Rio de Janeiro: Vozes, 1999. Traduçción de Andrés Lund. 

 
1 E. Mandel, Power and money, A marxist theory of bureaucracy, Londres, Verso, 1992, p. 182.
2 C. Dickens, Temps difficiles, Paris, Gallimard, 1985, p. 101, 233.
3 K. Marx, Fondements de la critique de l’économie politique, Paris, Anthropus, 1967, p. 366-367.
4 K. Marx, L’idéologie allemande, Paris, Éditions sociales, p. 67-68.
5 K. Marx, Lê Capital, Paris, Éditions sociales, tomo I, p. 360-361.
6 F. Engels, La Dialectique de la nature, Paris, Éditions sociales, 1968, p. 180-181.
7 D. Bensaid, Marx l’intempestif, Paris, Fayard, 1995, p. 347.
8W. Benjamim, Sens unique, Paris, Lettres-Maurice Nadau, 1978, p. 243; y «Théses sur la philosophie de l’histoire», in L’Homme, la lenguage et la culture, Paris, Denoël, 1971, p. 190. Podemos también mencionar al socialista austriaco, Julius Dickmann, autor de un ensayo pionero publicado en 1933 en la revista La critique sociales; según él, el socialismo sería el resultado no de un “rápido desarrollo de las fuerzas productivas”, sino antes una necesidad impuesta por la “diminución de las reservas de recursos naturales” dilapidados por el capital. El desenvolvimiento “irreflexivo” de las fuerzas productivas por el capitalismo destruye las propias condiciones de existencia del género humano (“El verdadero límite de la producción capitalista”, en La critique sociale nº 9, setembro de 1933).
9 James O’Connor, “La seconde contradiction du capitalism: causes et conséquences”, in Actuel Marx nº 12; y del mismo autor, L’écologie, ce matérialisme historique, Paris, 1992, p. 30, 36.
10 Tiziano Bagarolo, “Encore sur marxiste et écologie”, en Quatriême Internacionale nº 44, marzo-julio de 1992, p. 25.
11 M. Mies “Liberacion del consumo o politizacion de la vida cotidiana”, en Mientras Tanto nº 48, Barcelona, 1992, p. 3.
12 Cf. L. Summers, “Let them eat pollution”, en The Economist, 8 de febrero de 1992. Otro ejemplo impresionante: en 1995, en una reunión en Ginebra, un Grupo de Trabajo del Comité Intergubernamental sobre los Cambios Climáticos discutía sobre un relato en que era formulada la cuestión de saber si era “rentable” (costo-eficiencia) tomar medidas contra el efecto del calentamiento, considerando que esos efectos se hacían sentir, sobre todo, en los países pobres. Según esos especialistas, el costo de una vida en un país rico es de 100 mil dólares (Citado en Derek Lovejoy, “Limits to Growth”, en Science and Society, “Marxism and Ecology”, 1996, p. 274).
13 Cf. D. Bensaïd, Marx l’intempestif, p. 385-386, 396; y Jorge Reichman, Problemas con los frenos de emergencia, Madrid, Editorial Revolución, 1991, p. 15.
14 Ver al respecto el notable ensayo de Jorge Reichman, “El socialismo puede llegar solo en bicicleta”, en Papeles de la Fundación de Investigaciones Marxistas, Madrid, nº 6, 1996.
15 Algunos marxistas ya están hablando de un “comunismo solar”: ver David Schwartzman, “Solar Communism”, en Science and Society, “Marxism and Ecology”, 1996.
16 D. Bensaïd, Marx l’intempestif, p. 391-396.
17 J. Reichman, De la economía a la ecología, Madri, editorial Trotta, 1995, p. 82-85.
18 Ver Pierre Rousset, “Convergence de combats. L’écologique et le social”, en Rouge, 16 de maio de 1996, p. 8-9.
19 J. Reichman, “El socialismo puede llegar solo en bicicleta”, loc. cit., p

20 J. Reichman, “El socialismo puede llegar solo en bicicleta”, loc. cit., p

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