APORTACIONES (IN)VOLUNTARIAS



CONGRUENCIA RADICAL: SOÑANDO Y ACTUANDO CON LA UTOPÍA

El derecho de soñar no está entre los derechos consagrados por la ONU en 1948, pero si no fuera por él, por el derecho de soñar y por las aguas que da de beber, los demás derechos se morirían de sed. Así que vamos a delirar, deliremos…
Eduardo Galeano


Por: José Ignacio González Faus

Sintonicemos bien en y con la utopía
La utopía es el sueño mayor que la Vida sueña en nosotros, es el sueño que hace posible todos los demás sueños. Es el gran horizonte que posibilita todos los caminos y que nos invita e impulsa a caminar por ellos.
Pero soñar no sólo es un derecho, como nos recuerda Galeano, es un deber y, más aún, es hoy una urgencia para la humanidad: la urgencia mayor es recuperar el sueño mayor. Éste, que es un derecho perdido, más bien secuestrado por los que tienen los poderes fácticos, es a la vez un deber, algo que necesitamos desarrollar para ser seres humanos, para desarrollarnos como tales (valga la redundancia). Pero por lo mismo, además de un derecho-deber, el soñar es una capacidad (en el sentido completo de la palabra: integración de conocimiento, habilidad y actitud) tan poco desarrollada, nos hemos visto impedidos de eso precisamente, de desarrollarnos e, incluso, esta ausencia nos ha llevado a la involución como humanidad.
Y, siguiendo una frase común, pregunto: ¿es la utopía “el cielo en la tierra”? o ¿por qué no la tierra en el cielo?, o ¿ambas cosas?, u ¿otra diferente?; ¿es acaso aquello de “unos cielos nuevos y una tierra nueva”? En este caso, la tierra significa todo el mundo visible en el que vivimos, es el presente. Los cielos o el cielo simboliza toda la dimensión invisible, todo lo mejor que deseamos y soñamos, el futuro que nos proyectamos y perseguimos. Pero nos está faltando algo, el llamado inframundo, que representa otros aspectos de la dimensión espiritual, incluyendo todo lo pasado y muchas otras realidades maravillosas que hemos hecho a un lado con la modernidad. Por ejemplo, son nuestros antepasados indígenas los que nos han enseñado o recordado que la Vida está organizada en: inframundo (mal llamado los infiernos), mundo (lo visible por nosotros ahora) y el supramundo (los llamados cielos). Sin embargo, en el sistema de vida dominante actuPor:al, hemos llegado a dividir esta unidad (trinidad) vital, esa cualidad holística fundamental. Esa es quizá la razón principal por la que hoy vivimos una vida desintegrada (no integral). Contrariamente, la fuerza de la utopía nos impulsa a reintegrar la realidad entera. La utopía sería entonces: el cielo en la tierra, la tierra en el cielo, el inframundo en el mundo, etc., es decir, la reintegración de inframundo-mundo-supramundo, la Vida en armonía, la Vida plena, la Vida integral, la Vida en abundancia.

¿Qué podemos hacer para con-seguir la utopía?
Unos se plantearán esta cuestión, principal o primeramente, de forma individual: ¿qué puedo hacer yo para conseguir la utopía. En cambio creo que lo que cada persona puede hacer mejor es aquello que sepa hacer con los demás. O sea, que es mejor planteárselo en colectivo: ¿qué podemos hacer? Porque el sueño mayor es colectivo e individual a la vez. La utopía se conspira, o sea, que ella nos inspira y nos conspira, ella se sueña en una comunión, no sólo de personas, sino de seres vivos: la Naturaleza entera sueña, anhela la utopía en los corazones humanos. La Creación entera gime, anhela, conspira, sueña. Pero no nos brincamos el ámbito individual o personal, así que también podemos preguntarlo de otra manera: ¿qué puedo hacer con los demás para conseguir mi utopía?
Pero la utopía es precisamente lo que no se puede conseguir, ella es precisamente la que nos ayuda a conseguir todo, menos a ella misma. Al menos parece que en este plano o nivel de la existencia así es. Y los que esperamos acceder a otra u otras dimensiones de existencia, a uno o varios “más allá”, sentiremos quizá que un día vamos a poder vivir en la utopía o a vivir la utopía tal cual. ¿Es entonces quizá el mundo utópico aquel “paraíso perdido” que siempre anhelamos recuperar o es aquella unión plena con el Gran Espíritu o como le llamemos?
En el mundo actual y en el otro mundo posible que construimos, aunque la utopía no se puede conseguir, sin embargo sí se puede con-seguir, o sea, podemos seguirla y, mejor aún, per-seguirla juntos. Se le sigue en colectivo, para así poderla seguir personalmente. Y para seguirla hay que soñarla juntos; tal vez soñarla de verdad es ya seguirla o, quizá mejor, soñarla es dejarse atraer por ella). Aunque muchos, quizá la mayoría de los humanos, perdimos esa capacidad, sin embargo, siento que ya estamos despertando al gran sueño y cada vez somos más.

¿Qué y cuánto estamos dispuestos a apostar para per-seguir la utopía?
Unos se preguntarán: ¿A qué estaría yo dispuesto a renunciar, de lo que ahora tengo, para conseguir la utopía? Pero tal vez primero no hay que pensar en renunciar, sino ser más asertivos y, a la inversa, preguntarnos: ¿a qué estoy dispuesto a apostarle o a empeñarme para con-seguir la utopía junto con las personas que me rodean?, ¿cuánto estamos dispuestos a comprometernos?, ¿puedo ser (= saber + querer) en verdad radical? Creo que a esto es a lo que se refiere mejor eso que decía Galeano con el verbo delirar, en un sentido amplio. Delirar es soñar con mi utopía, soñarla con enorme pasión y con locura. Soñar actuando y actuar soñando con mi utopía.
E incluso, como veremos después, si es cierto que también toca renunciar a ciertas cosas, ante todo es a los modos de ser o actitudes negativas que nos corroen. Si no renunciamos a éstas actitudes y las cambiamos, la renuncia a las cosas será pasajera, como la de tantos alcohólicos que sólo tapan la botella y no superan su neurosis, no desaparecen la botella de su corazón y siguen siendo iguales o peores personas que antes.

¿Por dónde puede ser mejor empezar?
Por mí mismo, claro, pero en esa perspectiva colectiva que hemos dicho. Empezando desde mí mismo, pero en activa búsqueda y encuentro con los demás. Comenzamos con volver a soñar con el sueño mayor, recuperando esa capacidad, aprendiendo a utopear. Para ello hay diversos caminos. Podemos retomar nuestros sueños cotidianos, aquellos que soñamos dormidos, para leerlos e interpretarlos, individual y colectivamente, dejando así que nuestras abuelas y abuelos nos hablen a través de ellos y nos vayan dando pistas para caminar hacia la utopía y para resolver los problemas cotidianos. Entonces no hay sueño mayor sin sus hermanitos, los sueños menores, y que lo son también aquellos otros sueños despiertos, los ideales, principios, proyectos, etc. que derivan de la utopía. Creo que esas son de las primeras cosas que podemos aprender desde nuestra infancia: a interpretar nuestros sueños, lo mismo que a cantar y danzar, a leer las estrellas, a plantearnos ideales, proyectos, metas, etc., es decir, a despertar la gran sensibilidad que traemos dentro. Como la mayoría no tuvimos esa educación, pues rescatemos algo de eso ahora como adultos, practicando esa otra educación con nuestros hijos/as y urgiendo otras acciones en esta línea.
Por otro lado, como dice Galeano, el mundo está patas arriba y hay que ponerlo sobre sus pies, esto es, ponernos todos sobre nuestros pies. Es fácil decirlo pero no es fácil aceptar de verdad, de corazón, asumir que yo vivo al revés o muy diferente de cómo quiero y merezco vivir.
Después vienen los ideales, los principios, los proyectos, etc., que van aterrizando y cristalizando la utopía. Para utopear hay que atreverse a reinventar y recrear todo. De especial importancia será practicar la simplicidad de vida, a través de estilos de vida centrados en esta fundamental actitud humana, tan liberadora de la persona y tan olvidada como urgente. Ella la hacemos presente con las diversas actitudes y acciones que estamos proponiendo, sin embargo, es muy importante asegurarse de que está siendo realmente una actitud central que orienta a las demás. Una nueva cosmología o “espíritu del tiempo” está naciendo en la humanidad y una nueva espiritualidad, una eco-espiritualidad, como le llama Leonardo Boff, la está integrando y subjetivando. La otra espiritualidad, de abajo y a la izquierda, como dicen los zapatistas -y sólo mientras llega el tiempo en que no haya ni arriba ni abajo, ni izquierda ni derecha-. Otro sentido común es posible y está surgiendo dentro de esa cosmología, un sentido más natural, más humano, de todas las cosas.

¿Cuáles son las urgencias estratégicas?
Algunos quizá se cuestionen: ¿cuáles son entonces las urgencias para caminar hacia la utopía?, o bien ya tengan una lista de ellas. Yo creo que es en los tiempos de gran crisis en los que lo importante y lo urgente se hacen una misma cosa. Podría cuestionarme entonces cuáles son las estrategias más urgentes, pero dicho así, lo urgente se queda de ladito y prefiero preguntarme por las emergencias estratégicas, para urgirme a una congruencia radical.
Algunas personas se cuestionan si podremos algún día centrarnos en debatir lo importante porque por fin hayamos solucionado las urgencias. Yo acá trato de la diferencia entre los problemas urgentes y los problemas importantes. Y parece que hoy, más que nunca en la historia humana, al menos de estos últimos milenios, la humanidad entera afronta lo importante como urgente, casi como si todos entráramos en una situación de guerra total. Nuestra vida está en juego. Ella, que es lo más importante, es ahora lo más urgente. Las grandes urgencias o emergencias existen cuando la vida misma está en juego y hay que salvarla, cuando hay que sobrevivir. Y ante la gran emergencia planetaria o crisis mundial total que vivimos, hay que aprender la sobrevivencia. Lo decimos no en un sentido alarmista, catastrofista o “apocalíptico”, sino en el sentido más simple, de que hay que mirar de nuevo por las necesidades más básicas y asegurarlas, porque ya nos hemos acabado el planeta.
Para sobrevivir es necesario asegurar el agua, la comida, el vestido, la medicina y un techo para cobijarnos. Capacitémonos en eso entonces. No se trata sólo, necesaria o primeramente de almacenar comida ahora, eso quizá, esperemos que no, aunque lo más probable es que sí, habrá que hacerlo dentro de poco –y hasta hay por ahí en Internet algunos manuales para hacerlo. Antes, en cambio, para asegurar el alimento y todo lo demás hay que empezar por aprender de nuevo a alimentarnos; aunque esto parezca simplista o secundario, es que como humanidad lo hemos desaprendido; somos depredadores desde nuestro hábito más elemental que es el de comer y por ello nos conviene urgentemente re-aprender esto, al punto de volver a ser como niños, pero pequeños, como los bebés, que de forma innata saben mamar del pecho materno, en este caso del pecho de nuestra Madre Naturaleza, como recién nacidos, cuando aún nuestras madres y padres carnales no nos habían atrofiado -sin saber- ese primer sentido vital que es el gusto. Recuperemos pues el gusto por las cosas, el gusto por vivir y la capacidad de sobrevivencia a través de recuperar el sentido del gusto de comer y a partir de ahí recuperar, por desintoxicación, nuestros demás sentidos, los materiales y espirituales, así como el sentido común que se nos han dormido o atrofiado por tantos “tóxicos” químicos, emocionales y mentales. Regresemos a nuestra Madre Tierra, a nuestra Madre Naturaleza, bebiendo de esa leche fresca y verdadera que nos da en sus frutos naturales -valga más que nunca la redundancia-. Reconozcamos que cada persona es, más que nada, lo que lo alimenta, es decir, lo que come, lo que bebe, lo que respira, etc.
Esta forma de actuar es también la forma en que podemos curar a nuestra Madre Naturaleza, porque ya la hemos enfermado gravemente. Ella padece ya de fiebre alta, por la intoxicación crónica que le hemos provocado y, además, está al borde de un cáncer por la misma causa. No es sólo la intoxicación crónica por tantos químicos, sino por las tantas vibras bajas y negativas que tenemos. Ya no basta pues con cuidar la Naturaleza, hay que curarla urgentemente, superando inmediatamente la ignorancia, el consumismo, el odio y tantos hábitos destructivos.
No se trata de hacernos vegetarianos, pero qué bueno que fuera así, al menos como estrategia o táctica temporal de sobrevivencia, sino ante todo de ser de nuevo personas naturales, o como quiera decirse; de asumir como estilo de vida el progresivo -y acelerado- proceso de regreso a la Naturaleza. Tengamos muy en cuenta que una de las principales causas -quizá la primera- del calentamiento global y demás fenómenos derivados, es el consumo de carne, ya que este hábito, en las condiciones actuales del mundo, se ha transformado en una actividad de elevadísimo impacto ambiental.
Así pues, que cada uno reduzca al mínimo su producción y/o consumo de productos contaminantes, de todo tipo, para también boicotear a las grandes empresas contaminantes. Tomemos los medios de producción, pero principalmente la tierra, exigiéndola o arrebatándola si acaso nos la han robado, pero ante todo regresando de verdad a ella, a cultivarla a reforestarla, a vivirla. Regresemos al campo, rescatemos nuestro derecho a la ruralidad. Como dice Galeano, que el ser humano no sea más sinónimo de ser urbano. Escapemos de esa cámara de gases, de esa gran jaula que es en la actualidad la ciudad. Vayamos a vivir en las pequeñas poblaciones rurales o, quizá mejor aún, al lado de ellas –mientras reaprendemos a vivir-, creando pequeñas comunidades, comunidades alternativas. Ya no le apostemos tanto o sólo a promover, propiciar, animar, facilitar, acompañar, etc., el desarrollo alternativo, endógeno, sustentable, etc., vivámoslo y construyámoslo con nuestro ejemplo de congruencia radical, como la primera y/o mejor manera de hacer o de re-empezar a hacer todo lo demás.
Que cada uno, según el lugar social que ocupe o re-ocupe, haga lo mejor que sabe hacer. Algunos se encargarán de sacar de la historia pasada un inventario de las prácticas y saberes específicos para la sobrevivencia, como los que le sirvieron a nuestras abuelas y abuelos para hacer frente a las crisis pasadas. Otros tendrán que inventar, proponer y experimentar prácticas sociales nuevas, ese socialismo nuevo o como se le llame, del que tanto se habla y que se empieza a practicar en algunos ámbitos. Otros tendrán que inventar urgentemente nuevas tecnologías, verdaderamente alternativas, pues otras que lo eran, como las que procesan la energía solar o eólica ya se está demostrando que no son viables para todos.
Por otra parte, en todas estas iniciativas, creo que habrá que dirigirse primeramente a los que ya están con un paso adelante, no a las masas, sino a aquellos que, por ejemplo, van a poder leer un escrito como este. Facilitar la integración de las personas y/u organizaciones sociales locales que están trabajando por fines semejantes pero de manera dispersa. Preparar una propuesta concreta de vinculación o de articulación en cada localidad, de una red para la emergencia planetaria, que será provisional, no una estructura social de base. No a seguir tratando de convocar a las personas y organizaciones, sino a “provocarlas” para hacer una estrategia audaz y astuta, de congruencia radical. Propiciar la reflexión común y permanente. Sí el análisis, pero que sea coyuntural y estratégico a la vez, de mirar a muy corto y muy largo plazos y además dirigido a la síntesis, para no quedarse de nuevo en el análisis o caer de nuevo en discusiones ideológicas. Estamos en tiempo de hacer síntesis más que de hacer análisis. Síntesis que puede significar aquí dos cosas: a) consensar un mínimo de acciones y que sean aquellas que resulten más estratégicas pero por su más íntima relación con aquellas que son más urgentes; sólo en medio de las grandes crisis vivimos la coincidencia de lo importante con lo urgente, de lo coyuntural con lo estratégico; b) que las acciones consensadas no sean para promover en terceras personas, sino ante todo para vivir y practicar y de manera inmediata por los que las están proponiendo. Entonces, síntesis = congruencia radical. Así también ya no demandaremos o exigiremos a las autoridades públicas eso que no pueden darnos –no le pidas peras al olmo- o eso que nosotros/as aún no estamos practicando; o más bien, así aprenderemos a exigirles con base a lo que ya estamos practicando en nuestras comunidades alternativas. No pidamos democracia radical –o con el apellido que prefiramos- si no la practicamos desde nuestra congruencia radical; eso no se recibe, se construye desde abajo.
Diseñar y desarrollar una estrategia o sistema especial de comunicación entre las personas y/u organizaciones que acepten involucrarse, o al menos, que sea una herramienta o mecanismo de comunicación, por medio de la cual pueda llevarse a cabo eficazmente todo lo que se decida hacer juntos, incluyendo la tarea de provocar a otras personas que también estén ya sensibilizadas para que se vayan sumando a esa red social. Que haya encargados que tengan un radio de acción, geográfico y social, es decir, velen por un área y/o un conjunto de personas u organizaciones que pertenezcan a dicha red o que, aunque aún no pertenezcan, estén dispuestas, al menos, a colaborar en las acciones de emergencia, a través de aquella persona de contacto. Incluiría un mecanismo de reacción inmediata para los casos de mayor urgencia como la autodefensa o de atención a desastres o desgracias.
Organizarnos, los más conscientes, en cooperativas, que nos permitan y nos exijan ser coherentes con lo que decimos y pensamos. Algunas cooperativas, ya sean de auto empleo, autoconsumo, producción, servicios, de vivienda, de comercialización, etc. Con eso nos educaríamos en otra lógica de vida, además de reducir significativamente nuestros gastos; y si además se siembran hortalizas, al estilo de la “agricultura urbana” o de agricultura rural si se establecen en comunidades rurales o indígenas.
En los temas de salud, vivienda y educación creo que podemos hacer algo que directamente sea al mismo tiempo deconstructivo y constructivo. Que los que ya practican, individualmente o en pequeños grupos, otros modelos de salud, diseñen y propongan un sistema alternativo de salud pública, pero sobre todo que lo practiquen entre ellos mismos en colectivo, aquellos que sí lo practican pero de manera dispersa y/o principalmente con fines de lucro.
Diseñar y empezar a construir una comunidad alternativa, de preferencia como dijimos antes, salir de la ciudad. En otro caso se puede formar ya sea en un barrio alternativo, en el que se practique y se muestre en los hechos que otra vivienda y otra educación, otra urbanización y otra ciudad son posibles. Y si se logra la proeza de salir de la ciudad, puede hacerse a la a manera de una ecoaldea, de un ashram, de una comunidad de base, etc., como los hay cientos ya en todo el mundo, pero evitando los elitismos, el lucro, los espiritualismos, los sectarismos, la dispersión en la que han caído muchos. Que las comunidades alternativas rurales que ya existen se abran urgentemente a una estrategia de integración. Los que tengamos el privilegio de vivir cerca de comunidades aborígenes (autóctonas), ofrezcámonos como sus compañeros/as y aprendices de su respeto a la Naturaleza y aprendamos con ellas cómo restablecer su tejido social y a revincularse entre sí, para ir construyendo desde ahí una futura movilización desde el campo.
Hoy sabemos, al menos en teoría, que hay que pensar globalmente y actuar localmente. Lo que necesitamos es hacer operativo este principio de acción, por medio de acciones semejantes a las que se han planteado. Y para realizarlas, recordamos que, con la Agenda Latinoamericana proclamamos el año pasado: ¡la política ha muerto, viva la política!, o sea la otra política posible, la que está naciendo en el otro mundo posible que estamos construyendo. Entonces ya no hay que hacerle más el juego a los/as políticos actuales, al menos reorientemos nuestras energías más hacia la construcción que a la de-construcción, más a la creación que al remiendo del sistema dominante.
Finalmente, consideremos que hay algunos que piensan que hay que “cambiar el mundo”, que eso no es tarea fácil y que no nos debemos desanimar. Por ello dicen que hay que hacer todo lo que podamos y seguir soñando con la utopía. Pero yo no creo que haya que cambiar este mundo, en el sentido de hacerle cambios, sino que hay que hacer el cambio mayor: construir el otro mundo posible en el que quepan todos los mundos –culturas- posibles. Y para ello creo que lo mejor es soñar con la utopía y entonces hacer, no lo que podamos, sino lo mejor que podemos hacer. En la medida en que recuperemos o reafirmemos nuestra utopía, lograremos re-aprender las capacidades para realizar, no sólo aquellas cosas buenas, no sólo lo que podamos hacer, sino lo mejor que brota de cada uno/a. Ya no basta hacer cosas buenas, este es el tiempo de la astucia y la audacia mayores, de la congruencia radical, la que empieza y termina utopeando, es decir, jugando, cantando, danzando… con la utopía.

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