FICCIONARIAS
El triunfo del arte o el ocaso de la razón
Por: Rigel Solís
Cannes, 18 de mayo. Acabo de sufrir la mayor consternación en mi carrera como crítico del séptimo arte. La crítica y el jurado se volvieron locos y el público estúpido, o llegué al límite perdiendo el rumbo y debo retirarme a ver producciones de Televisa y TV Azteca. Consternado es poco, estoy encabronado, lo digo así desde la hoy deslucida Costa Azul después de la desfachatez ocurrida en el presente festival cinematográfico de Cannes.
¿Cómo es posible que directores de la talla de Burton, Amenábar, Cronenberg, del Toro, Lynch, Kusturika y von Trier alaben este monstruo de película y la cataloguen como la máxima expresión del arte de la humanidad? Ni siquiera queda hablar de la eterna lucha entre arte e industria alrededor y al interior del cine pues los cabrones exhibidores también afirman la maravilla de esta porquería y apuestan a llenar sus salas, y con ello sus arcas, dado que el público masivo también está embelesado. Por eso no pretendo hacer buen uso del castellano ni un análisis profundo de algo que no vale la pena si el mundo ha perdido la razón y se volvió tonto. Todos aquí se comportan como una caterva de snobs creyendo haber alcanzado la cumbre del arte en el cine y elevando a su realizador a la categoría de iluminado por semejante atrocidad.
Está columna será corta y quizá me sirva como despedida si es que mis queridos lectores no están de acuerdo conmigo uniéndose al éxtasis generalizado que envuelve a los cinéfilos del mundo con punta de lanza en Cannes, donde la cinta “Der Ring des Nibelungen” del director alemán Richard Wagner se llevó todos los premios. Como si el filme no fuera una exageración por sí mismo, otorgarle triunfo en todas las categorías es de ridiculez descomunal.
La película está llena de todas las disciplinas artísticas en grandes dosis. El guión está bastante gastado, con personajes e historias conocidísimas y sin algún elemento de sorpresa, pequeños conflictos creados por insignificancias que se resuelven con soluciones magníficas. El casting parece resultado de un concurso de belleza y las actuaciones se ven forzadas y teatralmente acartonadas. El soundtrack es ensordecedor y por momentos cobra más importancia que las acciones. Ni qué decir de la fotografía que parece un catálogo del ministerio de turismo alemán y al mismo tiempo agencia publicitaria que lo mismo anuncia cascos, pupilentes, armaduras, vestidos, joyas y cualquier cantidad de chucherías y artificios que la dirección de arte colmó en está cinta. Y si todo esto no satisficiera la pretensión del “artista” ahí está la tecnología que usó desbordantemente para saturar su “trabajito” de efectos especiales, planos circenses y secuencias inverosímiles. Todo esto en 14 horas de aburrida duración (aunque está dividida en cuatro partes) para ver melosas relaciones entre un héroe y una semidiosa, además de paganerías que a ningún sano cristiano interesan. Si esto es el arte total y lo más próximo a la divinidad, yo me largo al infierno.
Por: Rigel Solís
Cannes, 18 de mayo. Acabo de sufrir la mayor consternación en mi carrera como crítico del séptimo arte. La crítica y el jurado se volvieron locos y el público estúpido, o llegué al límite perdiendo el rumbo y debo retirarme a ver producciones de Televisa y TV Azteca. Consternado es poco, estoy encabronado, lo digo así desde la hoy deslucida Costa Azul después de la desfachatez ocurrida en el presente festival cinematográfico de Cannes.
¿Cómo es posible que directores de la talla de Burton, Amenábar, Cronenberg, del Toro, Lynch, Kusturika y von Trier alaben este monstruo de película y la cataloguen como la máxima expresión del arte de la humanidad? Ni siquiera queda hablar de la eterna lucha entre arte e industria alrededor y al interior del cine pues los cabrones exhibidores también afirman la maravilla de esta porquería y apuestan a llenar sus salas, y con ello sus arcas, dado que el público masivo también está embelesado. Por eso no pretendo hacer buen uso del castellano ni un análisis profundo de algo que no vale la pena si el mundo ha perdido la razón y se volvió tonto. Todos aquí se comportan como una caterva de snobs creyendo haber alcanzado la cumbre del arte en el cine y elevando a su realizador a la categoría de iluminado por semejante atrocidad.
Está columna será corta y quizá me sirva como despedida si es que mis queridos lectores no están de acuerdo conmigo uniéndose al éxtasis generalizado que envuelve a los cinéfilos del mundo con punta de lanza en Cannes, donde la cinta “Der Ring des Nibelungen” del director alemán Richard Wagner se llevó todos los premios. Como si el filme no fuera una exageración por sí mismo, otorgarle triunfo en todas las categorías es de ridiculez descomunal.
La película está llena de todas las disciplinas artísticas en grandes dosis. El guión está bastante gastado, con personajes e historias conocidísimas y sin algún elemento de sorpresa, pequeños conflictos creados por insignificancias que se resuelven con soluciones magníficas. El casting parece resultado de un concurso de belleza y las actuaciones se ven forzadas y teatralmente acartonadas. El soundtrack es ensordecedor y por momentos cobra más importancia que las acciones. Ni qué decir de la fotografía que parece un catálogo del ministerio de turismo alemán y al mismo tiempo agencia publicitaria que lo mismo anuncia cascos, pupilentes, armaduras, vestidos, joyas y cualquier cantidad de chucherías y artificios que la dirección de arte colmó en está cinta. Y si todo esto no satisficiera la pretensión del “artista” ahí está la tecnología que usó desbordantemente para saturar su “trabajito” de efectos especiales, planos circenses y secuencias inverosímiles. Todo esto en 14 horas de aburrida duración (aunque está dividida en cuatro partes) para ver melosas relaciones entre un héroe y una semidiosa, además de paganerías que a ningún sano cristiano interesan. Si esto es el arte total y lo más próximo a la divinidad, yo me largo al infierno.
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